lunes, febrero 20, 2006

Amores, culpas y espejos
Vanesa Guerra

¿Dónde estaba dios cuando te fuiste?
(Discépolo)

Los dioses que traicionas
ni existen ni perdonan.
(Luis Benítez)

Pero ¿Dónde están los dioses? Tomando café y hablando proezas divinas. Cosas de dioses; si los dioses fueran perros ladrarían a la luna estúpidamente y se rascarían la pulga con la pata.Para el caso, en este tiempo nos invaden polillas que comen lana como las de María Elena Walsh.
Yo os digo: la culpa es un murciélago en la panza que aletea con el primer rayo del alba, herido y rojo como la lana de la infancia cantada. No hay hostia que la componga, lo siento, la culpa es anterior a dios. Antes de dios fue la culpa, la culpa creo a dios, y este es el apócrifo evangelio de Cristóbal Colon Irritable que trajo espejos y ennarcisó a los indios al norte de Cartagena con ajena carta.
Indios míos -le dijo el virrey de turno allí por el 1552- decidme como os curáis vosotros de vuestros males y el santo papa que no es batata os evaluará para entrar al reino de los cielos. El muy Martín de la Cruz se ha afanado-hurtado-salvado-negociado-compilado un manuscrito azteca anterior al mundo, es así que llega a la vieja Europa aquel códice magno que llamaron “Libellus de medicinalibus indorum herbis” que para nada les ha servido a aquellos porque carecen de frutos piedras y plantas (mexicanas). -Entonces nos afanaremos hasta las plantas- y así fue. Lean mis amigos: “Ojalá que este libro nos conciliara gracia a los indios ante la real majestad- refiere a Carlos V y al Papa Urbano y al pequeño Felipe temprano amante de libellus raros- Ciertamente es indigno de comparecer a sus ojos. Ten presente señor, que nosotros los indios, míseros y pobres, somos de los más bajos de los hombres: razón para que se nos conceda a nuestro natural modo la indulgencia”
Aquel puterio posmedieval de regordetes sucios y dorados, advierten (a uno de esos que nunca se sabe bien para que lado juegan) advierten digo: El emperador Carlos V está acosado hasta por la gota que no le da respiro en su dolor, no hay tiempo ni dinero para acordarse del colegio mexicano de sabios y cristianos indios que aprendieron con nobleza a escribir y hablar bellamente el latín desde la época de la conquista. No hay plata y hay guerra de sobra y para colmos infatigables a ustedes, lejanos criollos, se los está comiendo la epidemia de cocoliztle. Hagan algo si quieren sobrevivir. Entonces, el intermediario Señor Amante y Protector de México y del Colegio de Santiago de Tlatelolco, Francisco de Mendoza, pide el manuscrito y el muy Martín de la Cruz a modo de prólogo le contesta “No creo que haya otra causa de que con tal instancia pidas este opúsculo acerca de las medicinas de los indios, que la de recomendar ante la Sacra Cesárea Católica y Real Majestad a los indios, aún no siendo ellos merecedores” (Martín de la Cruz es médico indio del Colegio de la Santa Cruz)
Allí vemos la figura de un dios de época. Dios es amor. Dios es inconciente. Dame que te doy.“Que mágicas infusiones de los indios herbolarios de mi patria, entre mis letras el hechizo derramaron” (Sor Juana Inés de la Cruz) Hay algo de la transgresión en toda figura del amor. El narcisismo siempre transgrede. Como extraño repliegue es una intensidad que va hacia el otro y al no reconocerlo como tal lo homogeiniza en la propia imagen. Será por eso que en este escrito surge la prosa de otra que también marcada con la Cruz me recuerda a esos amores con océanos de tiempo y espacio en el medio. Debe ser porque se le enamoró a una que tampoco se sabe muy bien para que lado juega, digo: Juana es su protegida. Juana quería estudiar y se condena a monja, o se disfraza o se ¿traviste? Lo cierto es que muere de amor por aquella mujer y le escribe tan bellos poemas ¿Cuál es el acto de amor de esa mujer por Juana?¿Conservarle la obra? Sí, yo creo que sí.- Esas cosas se hacen por amor, ¿no? ¿Por amor? ¿Por amor a qué? ¿A Juana? ¿o por ese enorme placer que le daría leerse amada en gran parte de su obra?¡Válgame cristo! Que si Sor Juana aún existe es porque amó a la virreina y a la virreina le encantó. El amor es narcisista, sin duda.“Quien ama porque es queridasin otro impulso más nobledesprecia el amante y amasus propias adoraciones” Ah no... si veo que a Juanita no se le escapaba este asunto.
Continuará en versión de réplica: ¿En qué instancia el amor no es narcisista?

Notas a pedido de los lectores ausentes:
Citas: “Libellus de medicinalibus indorum herbis” Manuscrito azteca 1552, Martín de la Cruz , traducción Juan Badiano . Editorial Fondo de Cultura Económica.1991Sobre notas históricas de Germán Somolinos D´ArdorisSor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la Fe- Octavio Paz. Editorial Fondo de Cultura EconómicaEl Libellus de medicinalibus indorum herbis también conocido como Códice de la Cruz-Badiano fue devuelto a México por el papa Juan Pablo II casi quinientos años después (1990) El libro fue escrito en nahualt por Martín de la Cruz y traducido al latín por Juan Badiano (1552). Es el texto más antiguo que se ha escrito sobre medicina en América. Leamos la obertura de Martín de la Cruz:

“Al ilustre señor don Francisco de Mendoza, hijo excelente del sumo gobernante de esta india, el virrey don Antonio de Mendoza.Martín de la Cruz, indigno siervo suyo, salud completa y prosperidad desea.No sé que pueda alabar mas en ti, magnificentísimo señor, cuando veo brillar en ti todos los esplendores de las virtudes y de los bienes que los hombres suelen desear. Ciertamente no veo con qué alabanzas exaltar vuestro insigne amor, con que palabra agradecer vuestro beneficio tan grande. Los beneficios que tu padre me ha hecho no pueden encarecerse; cristianísimo, al par que piadoso, como nadie me ha favorecido.Lo que soy, lo que poseo, lo que tengo de fama a él se lo debo. Nada hallo que pueda igualar y siquiera compararse a su beneficencia. Dar millones de gracias puedo a mi Mecenas, pero las que era justo, nunca. Esta es la razón de que lo que soy se lo ofrezco, dedico y consagro como esclavo. Pero no solo a él: a ti también mi señor ilustrísimo, me entrego como testimonio y expresión de una sin igual estimación.Pues no creo que haya otra causa de que con tal instancia pidas este opúsculo acerca de las hierbas y medicinas de los indios, que la de recomendar ante la Sacra Cesárea Católica y Real Majestad a los indios, aun no siendo de ello merecedores.Ojalá que este libro nos conciliara gracia a los indios ante la Real Majestad: cierto es muy indigno de comparecer ante sus ojos.Ten presente, señor, que nosotros los indios, pobrecillos y miserables somos inferiores a todos los mortales y por nuestra pequeñez e insignificancia natural, merece indulgencia.Ahora pues, este opúsculo, que por todos los títulos creo debo dedicarte, oh magnificentísimo señor, ruego que lo recibas de la mano de tu siervo, que te lo ofrece, o, lo cual nada me admirara, lo eches a donde se merece.
Seas feliz.
En Tlatelolco, año del Señor de 1552.
Adictísimo siervo de tu excelencia.”

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