viernes, marzo 23, 2007

Narrar el cuerpo narrado.
Vanesa Guerra

¿Qué es narrar el cuerpo narrado?

Los humanos -dicen- estamos hechos con la misma sustancia con que están hechos los sueños. Tal vez, no con esa ligereza que habita lo onírico, pero quizá, sí con la vaga consistencia con la que están hechas las imágenes y las palabras. ¿Qué es un cuerpo sin un ser que lo aliente? Lo más asexuado de un cadáver.
Yo no sé por qué Edgar Poe se ensañó con el pobre señor Valdemar. Aquel blanquecino paciente de voz gelatinosa, sólo alcanzó a decir -estoy muerto- y le amarreteó todo caro dato al curioso y apasionado doctor que se afanaba por detener la intrusión de la muerte (para escrutarla en cámara lenta), mediante algunos pases hipnóticos.
Como recordarán, el espectáculo termina o comienza cuando el cuerpo ofrece una última respuesta, una mueca-muda: la muerte que cose la boca y nos cosifica hasta el líquido: ¡Puf! Un instante, somos eso: hacemos agua. ¡Pero qué cochi/nada!
Y ahí lo tenemos a Poe con sus reales. ¿Y para qué? Invento: para que en el salto del tiempo, los acusados horrendos lectores de la Pizarnik, aceptaran esa cesta llena de cadáveres de niñas como el lugar en donde se hacen los cuerpos poéticos.
Es que ella tiene miedo de no saber nombrar lo que no existe.
A todos nos pasa lo mismo, esa es la verdadera aflicción humana: lo que no existe para el lenguaje nos acosa y se presiente.

En fin, o por el fin mentado y hórrido que propone el magnífico escritor, el cuerpo tiene sus voces porque está vivo y un cuerpo vivo es un cuerpo narrado. ¿Narrado por quien? Narrado por las imágenes y las palabras que lo constituyen desde que era ¡así de chiquitito!.
Parecen pavadas, mas lo que se presiente nos hace hablar y cuando hablamos nombramos y al nombrar se otorga existencia: Somos humanos hechos de pedacitos de dioses genesíacos. Por eso somos seres apalabrados y el cuerpo -entre el tiempo y el espacio- va tomando la forma de las palabras y los relatos que lo habitan. Somos seres con forma de palabra o conforme a la palabra, en el mejor de los casos.
Si la vida de cada quien estuviera compuesta por relatos distintos a los que se han tenido a modo de constitución, seguramente portaría otro cuerpo: otra manera de caminar, otra forma de presentarse en público, otro modo de elegir las vestimentas, otra intención para amar, otra sensibilidad para recordar, otro tono de voz, otro estilo para enfermarse, otra capacidad de sanarse y, por supuesto, otra representación de su propio cuerpo.

Las dualidades siempre han sido problemáticas, cuando no simplistas si vamos por el opuesto y por unanimidad se busca sostener la unidad cuerpo-alma... Por cierto, tampoco hay semejante acuerdo. Siempre hay un resto, un resto que la palabra provoca o un resto que provocó a la palabra.
Aquello que nos acosa y se presiente nos condiciona a cierta extraña rebeldía. Quizá sea una de las causas para el arte en todas sus dimensiones. La poesía -viene al caso- despliega en su práctica esta idea y da lugar a la presencia allí donde las palabras no alcanzan.
Entonces, se trata de Cuerpos Poéticos.


Pero se me ocurre algo más: Un cuerpo sin relato que lo aliente es un cadáver ¿Y de la inversa fantasmática: "relatos sin cuerpo" que se podría decir? (?) Platón dijo lo suyo, pero el cuerpo, tarde o temprano arrimaba a la escena.
No sé si lo que estoy por contarles ahora responde en algo la pregunta, pero recuerdo una anécdota que cita F.Doltó sobre las experiencias de asensibilidad. El asunto es que unos pocos muchachos valientes aceptaron envolver su cuerpo en algodones, luego -bajo supervisión de laboratorio ratonil- fueron sumergidos en una pileta de agua tibia. Los valientes, sin posibilidad de percibir su cuerpo por el efecto del algodón, flotaron y respiraron por un tubo, sin ningún otro punto de referencia. Y así los mantuvieron lo suficiente y lo necesario (o tal vez más) hasta que al cabo de una horas, la ausencia total de la imagen del cuerpo destruyó las referencias de espacio y tiempo por las cuales nuestro narcisismo se vincula a nuestra historia inconciente y conciente. Todos habían quedado profundamente atontados, como salidos de los límites del espacio y del tiempo.
Entenderán, que los chicos casi se hacen agua.
Sin un cuerpo que haga historia y la soporte, nos diluimos como agua en el agua.
Como se relata, las experiencias de asensiblilidad concluyeron brindando una figura de la esquizofrenia o de la psicosis y los jóvenes debieron ser asistidos delicadamente por un buen período.
Es claro que el ser humano en ese estado en el cual se provoca una forclusión ¿parcial? de la representación del cuerpo, queda arrojado a un puro pensamiento incorpóreo o a una inteligencia pura incapacitada para mediatizarse simbólicamente. Por si queda alguna duda, en estas circunstancias ni siquiera hay lugar para la pregunta ¿quién soy?.

La medida del tiempo es una invención humana, medimos el tiempo, como forma de nombrarlo. En realidad, cuando el pensamiento asume el cuerpo, comprende la necesidad inexorable del tiempo.
El cuerpo no es sin el referente espacio-tiempo: el cuerpo humano tiene límites, no es etéreo, ni eterno, ni omnipresente, ni se expande en el universo cósmico. Sin embargo, un cuerpo que pierde esos referentes (o no los constituye) diluye su historia y se transforma en un presente inmediato y continuo, algo muy parecido al personaje de Funes el Memorioso, donde todo acontece de manera simultánea. Tal vez me remita a seres constituidos de "Aleph", si es que puede pensarse la inverosímil hechura. Pero como bien se sabe, el relato o la narración imposibilita lo simultáneo, sólo se trata de una seguidilla de cortes. Borges en "La escritura del dios" lo dice así: "Consideré, que aún en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra y con ella la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo, universo."

La medida del tiempo nos permite aceptar un código, y aceptar un código es aceptar la bella o trágica caída de la pureza y lo absoluto. Entonces ni cadáveres sueltos, ni relatos desatados.
Creo (a fin de cerrar o abrir esta nota) que para narrar el cuerpo narrado, no hacemos más que pedirle al cuerpo sus palabras.

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dr. elephant, 2007-2000