sábado, septiembre 07, 2019

Teresa Arijón - Encuentro en El Seddon 2012

* entrevista originalmente publicada en la Revista Transdisciplinaria Con-Versiones
www.con-versiones.com.ar /nota 1035


Con Teresa Arijón

Encuentro en El Seddon, San Telmo, Buenos Aires

23:45hs del 10 de Julio, 2012



Antes de grabar habíamos hablado de las distancias o aun del tiempo que transcurre en esas distancias, un tiempo que nos separa o nos conduce al encuentro con un objeto; Teresa diferenciaba una manera suspensa, de otra precipitada, como la de quien se abalanza sobre algo; prefería la experiencia del permanecer, permanecer en conexión pero a la distancia, porque en esa experiencia habita el misterio. En particular contó sobre un CD de Maria Bethânia: alguien se lo ha regalado y allí está, en su envoltorio original, sobre la mesa de luz; sin embargo, una relación sutil y delicada habría comenzado, algo que oscila en lento intercambio.
También habíamos hablado de cómo nos miramos los pies por las mañanas o por las noches, un ver reflejo, furtivo y preciso. Si se quiere una contemplación.

Vanesa Guerra




El tiempo- el encuentro-el misterio

Teresa Arijón: […] Clarice Lispector descubre ese mundo interior, ese mundo de esperas, de encuentros y desencuentros, de misterio, un mundo de personas que no son héroes ni se muestran distintas o especiales, son personas comunes y corrientes que de pronto enfrentan situaciones extraordinarias, extraordinariamente íntimas diría yo: situaciones que conducen a una revelación. Como lo que le ocurre a Martim en lo oscuro del campo en La manzana en lo oscuro. Como lo que le ocurre a G.H. con la cucaracha en La pasión según G. H. Como Joana en Cerca del corazón salvaje... Me parece que es un poco lo que Clarice pensaba de sí misma –ella, que no era una persona común y corriente pero a veces le gustaba pensarse así, común y corriente, con toda esa vida intensa, profunda, hondísima que sólo ella, entre tantos escritores, encuentra de esa manera tan fluida y tan perentoria en el ser humano. Eso a mí me reconcilia con el mundo, con la vida misma, porque la vida que pinta Clarice es tan rica, tan raigal y a la vez tan aérea, que te da ganas de vivir para seguir leyendo: ¡mirá todo lo que hay escondido en un hombre que está cavando una zanja!... Ella revela unas complejidades que tal vez tenemos todos, pero hay que darse tiempo para entrar en esas honduras –hay que tener el tiempo, no dárselo; porque en realidad hay que tener tiempo material para poder entrar en contacto con uno mismo. Hay que tener tiempo o, como les ocurre a los personajes de Clarice, ser alcanzado por la flecha de lo imprevisto.



Vanesa Guerra: Esto venía a cuento del tiempo que por ahí existe en vos, entre vos y un objeto dado-regalado-adquirido ¿te acordás? Entonces, marcabas una diferencia entre el abalanzarse o el esperar como una suspensión de ese encuentro.




Teresa Arijón: Claro, una suspensión del encuentro, una suspensión… no del tiempo por supuesto, lo cual sería materialmente imposible; una suspensión del encuentro: como esperar el momento, esperar que el momento se revele por sí solo, porque en realidad no es que yo voy a determinarlo o voy a preparar una circunstancia especial para encontrarme con ese objeto; eso va a ocurrir, pero no es necesario que sea ya, ahora; y a mí me gusta tener ahí los objetos, un poco en espera, porque son como mundos en suspenso y lo primero que presentan es una superficie a contemplar y en la que es posible adentrarse. Y en este CD del que te hablo hay un paisaje, el sertão nordestino: un cielo celeste pálido con nubes y una tierra rojiza, un camino de tierra rojiza y nada más. Y yo lo miro a las noches, porque está sobre la mesa de luz, entonces cada noche lo veo, no es que me quedo mirándolo: lo veo ¡como lo que decíamos de los pies! (risas) Como en una ráfaga lo veo y llega a la retina, al cerebro, al corazón... no sé adónde va… Esto me pasa con ese CD, no me pasa con todos los CDs que llegan a mis manos- pero con este me pasó y entonces creo que, cuando por fin lo escuche, esa imagen ya estará más dentro de mí.

Vanesa Guerra: Y va a devolver tiempos tuyos, también

Teresa Arijón: Claro, ya habrá otra cosa, no será la situación absolutamente virgen de poner un CD sin saber nada.

Vanesa Guerra: Qué interesante. Porque lo nuevo, de esa manera, lo nuevo en este tiempo de contacto va a traer ráfagas tuyas, es un reencuentro con vos en ese tiempo de suspensión.

Teresa Arijón: Sí.

Vanesa Guerra: Esto que decís es muy lindo, es muy claro, y me preguntaba si cuando escribís tu poesía no te pasa algo parecido.

Teresa Arijón: ¿Cómo?

Vanesa Guerra: Digo, un poema ya resuelto sería como el momento en el cual vos tomás ese CD y lo escuchás…

Teresa Arijón: ¿Como si ya estuviera resuelto antes de escribirlo?

Vanesa Guerra: Algo así, cuando terminás de escribir, eso vuelve a vos; vos te encontrás con uno de tus poemas y lo leés y eso podría ser como el momento en el cual vos escuchás ese CD con el cual estuviste en un estado de acercamiento y de suspensión durante un tiempo; lo escuchás y te da lo que trae de nuevo y también lo que trae de tuyo de ese tiempo, de aquel tiempo de relación.

Teresa Arijón: ¡Sí! Es muy linda idea y la adopto, la adopto...

Vanesa Guerra: Es tuya la idea. (risas)

Teresa Arijón: No, la adopto, la adopto porque nunca hubiera pensado eso de un poema. Claro: yo escribo por impulso, pero por ahí he estado en contacto con esa materia, que después voy a… Sí, tal vez yo haya estado en contacto con esa materia. Incluso en contacto con las palabras mismas, no sólo con la emoción, la sensación, la idea del poema, sino ya con las palabras, con parte de las palabras que van a llegar al papel; pero sí, quizás hay un momento que es la contemplación de eso, de eso que después será el poema y las palabras del poema. Por lo general escribo por un impulso bastante directo, hay algunas cosas que corrijo, otras que no, otras que debería haber corregido pero no supe hacerlo, y otras que jamás tocaría; pero casi siempre mis poemas son parecidos al primero, al original, al que termino por publicar; es decir: tienen horas de trabajo y horas de espera, pero muchas veces vuelvo al principio como si borrara las tachaduras.




De lo que acuna, de su traducción a la poesía

Vanesa Guerra: ¿Ese impulso lo sentís primitivo, primario?

Teresa Arijón: Sí, digamos que cuando lo siento primitivo y primario es cuando más me gusta. No soy muy disciplinada, no me gusta hacer las cosas porque hay que hacerlas, aunque a veces está bueno, ahora estoy armando un libro justamente así… A veces me gusta tener un objetivo, ¿te acordás del poema inédito que te mostré la vez pasada? Estoy tratando de escribir un libro, del que ese poema forma parte, y el pretexto para poder ordenarme es un concurso, porque me organiza, porque de la misma manera que puedo dejar el CD en stand by y mirar y esperar y esperar como si tuviera todo el tiempo del mundo, me pasa lo mismo con la escritura; muchas veces yo tengo el poema en la mente o en el aire y no siento la necesidad imperiosa de bajarlo, de transcribirlo, de ponerlo en el papel o en la computadora, y a veces en ese mismo fluir se pierde; porque muchas cosas se han perdido porque se concretaron ahí, y ahí quedaron.

Vanesa Guerra: Entonces, en vos la poesía está más cantada, te  habita
en una materia más parecida a los cantos de la infancia (1)

Teresa Arijón: Sí, sí, sí y a veces tengo... yo no sé si es pereza o… pudor; pudor no, no sería pudor… puede ser pereza de traerlo a otro lugar, porque ese lugar es el lugar del trabajo ¿no? Porque ahí tenés el reflejo ya claro y, quieras o no, tenés que trabajar sobre eso y entonces empieza a volverse una preocupación y a la vez es un gran placer. Porque cuando lográs materializar algo que finalmente, finalmente te convence... es como tocar el cielo con las manos; pero es otra etapa, una etapa de mucha felicidad y a la que no llego con facilidad.

Vanesa Guerra: Es un cambio de materia; de mundo y de materia; pienso que cuando está resuelto y da tanta felicidad, ha implicado un trabajo que frenó la pereza; porque la pereza es como el modo o nos habla del modo en el cual te habita esa poesía cantada, que existe porque vos le das una existencia, pero que no goza en su existencia de la lectura de los otros, es una existencia en vos, no hace lazo, digamos que el trabajo es cambiarle la materia a eso.

Teresa Arijón: Yo tenía una amiga que me decía: “sos muy egoísta” (risas) -por lo que vos decís, porque ella sentía que yo me quedaba con cosas para mí, en vez de compartirlas…

Vanesa Guerra: Claro, lo que pasa es que hay que poder renunciar a eso, no es nada sencillo…

Teresa Arijón: Son distintas instancias, y aparte lo otro es como estar acunada en algo, y no siempre sabés si ese algo es transmisible. Y hasta que no te tomás el trabajo de intentar transmitirlo no sabés tampoco qué es lo que en realidad hay ahí: si vale o no la pena; pero cuando te tomás el trabajo no hay nada mejor, cuando hay algo que lograste pasar –a lo que lograste poner en situación de “pasaje”–, algo que toma una forma que otro puede leer o escuchar, y que puede repetirse y que se va de vos, que por fin se desprende de vos… es un momento muy feliz; y de hecho, cuando se va, se va; y es genial porque pasás inmediatamente a otra cosa: aunque esa “otra cosa” sea una variación de “lo mismo”. Ya lo decía Antonio Machado: si publico, es para librarme del maleficio de lo escrito. También podría decirse: si escribo es para librarme de lo pensado (o lo sentido, o lo imaginado, o todo a la vez).

Vanesa Guerra: Aún en esas variaciones ocurre, tal vez, como una primera forma de la traducción. Lo trabajoso sería la traducción de una lengua íntima y callada, absolutamente íntima, a una lengua compartida.

Teresa Arijón: Claro, y también da cierto pudor… En una época yo escribía acerca de eso. Todos los poemas eran muy aéreos, eran sumamente inmateriales; mi pretensión, si acaso puede tenerse una pretensión, era trasladar ese aire al papel, trazar líneas tenues y líneas que pudieran ser las que se veían y también otras. Algo que podía resultar poco articulado, precisamente en una época hacía eso.

Vanesa Guerra: ¿En la época de Alibí?

Teresa Arijón: Claro…

Vanesa Guerra: Sí, hay un trabajo con el espacio, lo mostrás, lo ofrecés.

Teresa Arijón: En esa época me encantaba, estaba convencida, no podía ser de otra manera lo que yo hacía, porque era como un dibujo en el espacio, algo bastante visual, aunque no esencialmente: porque lo visual estaba conducido por la palabra, era la palabra la que daba el sentido primordial; y cuando yo leía en público, intentaba darles a los poemas esas respiraciones que les daban los espacios en la página.

Vanesa Guerra: ¿Cómo los leías?

Teresa Arijón: Me costaba muchísimo; los leí varias veces, era la época de La voz del Erizo. Unas lecturas a las que asistíamos todos, eran las más concurridas, iba gente de distintos estilos, distintas edades, eran muy eclécticas.

Vanesa Guerra: ¿Quiénes eran La voz del Erizo?

Teresa Arijón: La organizadora era Delfina Muschietti, que es poeta, traductora, tallerista y profesora de literatura en la UBA. En los años noventa Delfina organizó ese espacio en el Rojas, y estaba buenísimo porque tenía mucha convocatoria, tanto entre los poetas como entre el así llamado público, que entonces no sólo estaba integrado por  poetas como después lo estuvo; la gente iba a escuchar poesía; había futuros poetas, viejos poetas que venían a escuchar a los poetas mas jóvenes, y siempre incluía Delfina a algún consagrado con un poeta medianamente joven y con otro mucho más joven; medianamente joven era Arturo (Carrera), más consagrado era Madariaga; Irene Gruss era un poco más joven, y después venía Víctor Redondo y después nosotros y después otros más jóvenes, jovencísimos, y así se iban sumando... y siempre nos mezclábamos; yo, por ahí, quería escuchar en una lectura a Madariaga o la magnífica Susana Thénon y a los otros no los conocía o no me simpatizaban particularmente, pero como había llegado hasta ahí los escuchaba y así descubría cosas, y esa diversidad era muy propicia y muy generosa porque no sólo escuchabas lo que vos querías escuchar, lo que vos sabías que te iba a gustar: muchas veces descubrías. Y además ya sabías que te ibas a encontrar con gente ahí, porque todos íbamos a La voz del erizo y la cita ya esta estaba hecha, sabías que te ibas a ver con tus amigos y con otros y que después ibas a tomar algo y a charlar sobre lo que habías escuchado, era muy vital. Esa es la época de AlibíAlibí era difícil de leer, era arduo dar con las respiraciones para poder transmitir ese dibujo trazado en el papel. Me daba más vergüenza leer en esa época que ahora. Ahora siento que, al leer una poesía más articulada, leo mejor.

Vanesa Guerra: Es interesante ese punto de ¿testimoniar? cómo era la bajada, digo, el cambio de materia, porque se podría pensar que en ese momento vos estabas diciendo sobre eso.

Teresa Arijón: Igual esto lo pienso ahora, en este momento: lo estamos pensando ahora.

Vanesa Guerra: Sí, estamos aventurando una idea. Pero, también es cierto, más allá de esto que estamos pensando ahora, que cuando leí Alibí, realmente me pregunté cómo lo habrías leído, porque a mí me encantan esos modos de escritura que vos llamás desarticulados.

Teresa Arijón: A mí me criticaban mucho por hacer eso... Se decía que las mujeres escribíamos así porque no podíamos ser articuladas…
(Risas)

Vanesa Guerra: ¿Cómo es eso!

Teresa Arijón: También se lo escuché decir a mujeres… (más risas) También se lo escuché a varones: “esa poesía tan lánguida… tan de minita…”. Quizás me pegó ese comentario porque, si yo buscara personajes en la poesía mía, en esos poemas más aéreos, etéreos… (risas) venéreos precisamente, en esos poemas con esas características, si busco un personaje, un sujeto poético, claramente es una mujer la que escribe; pero en estos otros poemas de ahora, más firmes, como quien hace la venia, el personaje o el yo poético es un varón, o digamos que hay un hombre al que yo observo; y después tengo el Tamborcito Tacuarí, que es “elno nacido”, que me encanta y que para mí lo tiene todo… Pero hay gente que me dice que el Tamborcito le resulta extraño o que no lo entiende, como si tuviera un mayor parentesco con la poesía de Alibí.

Vanesa Guerra: Ah… mirá, no lo hubiera pensado así.

Teresa Arijón: Me lo han dicho, sí, yo no lo pensé… Sí, entonces ahora trabajo sobre distintas instancias o sobre varios fulgores del aspecto (burlando a Wittgenstein): el hombre a secas, el extranjero, el nómade y el no nacido del Tamborcito

Vanesa Guerra: Es difícil de pensar el no nacido…  pues, no ha nacido y sin embargo…

Teresa Arijón: Sí, es muy difícil... porque no ha nacido y ¡le ha pasado de todo! Le ha pasado mucho más que a todos los otros. Para mí es una metáfora del país. Es una mezcla de voces, como si yo tradujera algunas voces –ahora se me ocurre decir tradujera–, algunas voces que pueden haber sido, que pudieron haber sido, que quedaron enterradas o suspendidas pero que forman parte de una gesta de la historia, de la historia que está latente debajo del suelo, lo que quedó y todavía está o no está o se dice que fue destruido, pero no.

Vanesa Guerra: ah… volvés a la idea de traducir, tal vez refiera a algo que va a pérdida…

Teresa Arijón: ¿Sí?

Vanesa Guerra: …algo va a pérdida y algo va a ganar terreno, una traducción pienso, es un poco es eso, porque aparece la voz que traduce, al tiempo que otra voz tiene que hacerse a un lado… a pérdida en el buen sentido, como si te dijera para que algo exista tiene que haber un vacío, o espacio o algo que haya dado lugar.

Teresa Arijón: Sí, o es un pasaje. Una traducción es un pasaje… Y también es un pasaje de Benjamin.

Vanesa Guerra: Sí, lo es. Lo que estaba pensando era que en el no nacido no hay esa supuesta desarticulación de la que se hablaba, pero sí es cierto que se construye o que lo vas construyendo sobre huellas, restos, trocitos que quedaron de trozos que ya no están; hay algo que alude a lo que no está y sin embargo sobre eso construye.

Teresa Arijón: Ahora me dan ganas de escribir más poemas del no nacido: sí, quiero que vuelva…

Vanesa Guerra: Además termina para regresar…

Teresa Arijón: Termina con esos tres puntos entre paréntesis que son una animación suspendida: (…)  ¿Y cómo termina?
(leemos)

el que no nació y empero
olfatea con saña, como perro o hurón
la historia de un país —
los hechos inasibles,
el cánon siempre inhóspito que cifra realidades
contenidas en voces, en cielos, en temblores —
itinerarios lanzados al pavor de la llanura,
la pampa bárbara de las múltiples conquistas,
del malón
y sus noches estrelladas.


Teresa Arijón: Este fue el tercero que escribí y era el último de esta serie, siempre fue el último pero llegó antes; siempre fue el último pero con intención de continuar… (Volvemos a leer)  “El malón y sus noches estrelladas” es mi guía…  Es una de las imágenes guía, el malón bajo un cielo azul renegrido y estrellado; los caballos; los indios; es una suerte de épica.

Vanesa Guerra: ¿Cómo apareciste en Tamborcito?

Teresa Arijón: Porque hay un librito, que es un largo poema de Pasolini, que se llama Poeta de las cenizas Quién soy, cuyo manuscrito fue encontrado poco tiempo después de que fuera asesinado. Eran originalmente unas treinta y dos páginas, escritas en 1966, “fingiendo respuestas a su propio trabajo para un entrevistador estadounidense” (así lo dice en el prólogo Arturo Carrera, que es también el traductor). Entonces, Quién soysería tal vez todo lo contrario de lo que yo hice... Porque en ese poema Pasolini va contando claramente quién es: empieza diciendo “Soy alguien que nació en una ciudad llena de pórticos en 1922”. Y sigue contando cosas que parecen muy concretas, autobiográficas, según recuerdo ahora…  Y una vez, estando todavía en la casa de San Telmo, en una de esas tardes milagrosas, únicas, Bárbara (Belloc) agarró el librito y lo leyó entero, entero y de corrido, y a mí me quedó grabado a sangre y fuego, me encantó la lectura, me impactó la tarde, la luz de la tarde, el poema, la lectura y la voz, la cadencia de la voz. Y a partir de ahí yo quise escribir un Quién soy; y mi quién soy, en vez de decir Soy alguien como el de Pasolini salió diciendo: Soy el que no nació. Y se me figuró como una épica argentina o de ese territorio que es mi país. Fue como mi Quién soy; hay varios poemas míos que están inspirados en alguna lectura de Pasolini, aunque no sé si le rinden el merecido honor.




La vida nueva abre con una navaja

Teresa Arijón: El personaje del hombre aparece por primera vez en el libro OS

Vanesa Guerra: ¿Si fuera hombre…?

si fuera hombre usaría
la navaja de mi abuelo para afeitarme —
rozaría lentamente el hueco del mentón,
trazaría los ángulos del rostro con precisión de esteta.
Ha de ser un magnífico ejercicio de conciencia y de pulso
mirarse cada día al espejo,
navaja en mano.



Teresa Arijón: Sí, esa todavía soy yo…

Vanesa Guerra: Claro, pero inmediatamente se ve en el espejo a un abuelo, en el espejo no vemos quién está haciendo eso, vemos lo que pasa en el espejo.

Teresa Arijón: Es algo que imaginé, porque yo no conocí a mi abuelo Manuel María. Tengo su navaja barbera, es preciosa, y tengo el cuero que se usaba para suavizar el filo y una piedra rectangular para afilarlo. Porque mi papá se había quedado con eso. Debe ser lo único que quedó del abuelo, la navaja.

Vanesa Guerra: La navaja y la poesía.

Teresa Arijón: Sí, sí. Yo no conservo muchas cosas, o no las he querido tener; pero la navaja me gustó siempre, porque era uno de los objetos misteriosos de la infancia. Lo que pasa es que cuando yo era chica era raro… Ese objeto me fascinaba en mi infancia, porque era uno de los objetos peligrosos... Y lo raro era que a nosotras (a mí y a mi prima) nos habían enseñado muy bien lo que no teníamos que tocar, o lo que teníamos que tocar con mucho cuidado... pero las cosas no estaban bajo llave, nosotras sabíamos dónde estaban y sabíamos que no las teníamos que tocar; y entonces yo iba y tocaba la navaja, pero cuando la tocaba, la tocaba con respeto y con una especie de devoción transgresora, y nunca me lastimé con la navaja porque yo sabía que era prohibida, que era filosa, que en todo caso tenía que mirarla y nada más, y que si la tocaba tenía que ser con muchísimo cuidado; porque además no me podía lastimar con un objeto prohibido, porque hubiera sido demasiado en todo sentido, y la reprimenda hubiera sido grande, además; pero era eso, saber que podía lastimarme con cualquier cosa, menos con lo que me habían prohibido y advertido. Y entonces yo siempre andaba abriendo la cajita; la navaja estaba envuelta en algodón, en gasa blanca, para proteger el filo. Y todavía me acuerdo del frío de la hoja en la yema de los dedos, y de esquivar el filo al rozarlo. Y de la tentación, contrarrestada, de no esquivarlo y ver qué pasaba.

Vanesa Guerra: OS abre con ese poema...

Teresa Arijón: Sí, abre con ese poema en la primera parte: “La vida nueva”… Como el libro de Dante, Vita nuova. Yo siempre estoy fantaseando con eso: ¿cuándo empieza la vida nueva?

Vanesa Guerra: No sabía que OS era Sistema Operativo, yo pensaba que era os en versión:... OS DIGO…

Teresa Arijón: Pensaste bien, pensaste bien; OS es “os” y es “sistema operativo” y también es “hueso” en francés. Y viste que ahora sigo en la línea: OsÓstraca...



Vanesa Guerra: Sí, después arma otros recorridos.

Teresa Arijón: Sí, en ese caso involuntario porque B.B. siempre me decía que yo escribía como si mis poemas fueran óstraca, en el sentido de los fragmentos. Óstracon, cuyo plural es óstraca, era un fragmento de cerámica sobre el que se escribía; hay óstracon egipcios, griegos.... Y así se llama mi último libro publicado, que es, en cierto modo o para mi oído, una reunión de fragmentos. Pero OS es eso: el dativo y acusativo de la segunda persona del plural, y la sigla de sistema operativo y los huesos a los que Monteleone alude. (2)



Vanesa Guerra: Se produce un encuentro distinto cada vez…

Teresa Arijón: Es como tener nuevos amores; creo que está muy bien expresado en La manzana en lo oscuro. ¿Cómo se construye cada uno para el otro? Clarice dice que en cada nueva relación ocurre la maravilla de renovarse y renovar el relato que cada uno hace y tiene de sí. Y al renovar ese relato, uno vuelve a quererse o a simpatizar consigo mismo... y lo que lo aburría, por un ratito ya no es tan aburrido. Y uno vuelve a construirse; se suman algunas cosas y se quitan otras. Esa capacidad de recrearse, es lo que le pasa a Martim… Encontrar lo nuevo: lo nuevo sería el nuevo yo… ¿no? Como si fuera un reflejo.

Vanesa Guerra: ¿El nuevo yo en función del otro que aparece?

Teresa Arijón: Alguien dijo: “Todo es reflejo”; y Nerval dice: “¿Yo? Persigo una imagen solamente”.

Vanesa Guerra: ¿Y Madariaga?

Teresa Arijón: Ah… Madariaga… No lo he leído tan exhaustivamente como quisiera porque siempre que tengo un libro de Madariaga, lo regalo. Me gusta tanto que lo regalo; es extraño, porque en general muchas de las cosas que me gustan tanto no las quiero regalar, porque tengo miedo de no volver a conseguirlas... como de hecho me ha pasado con algunos libros de Madariaga. Y sé, en el momento de regalarlos, que quizá nos los voy a conseguir, pero me parece que es algo así…  como un caballo que tiene que correr, que circular. La de Madariaga es una poesía de crines de caballos salvajes y de esteros y de noches y de estrellas y de hadas de ojos verdes y de jaguares que llegan a las tranqueras y de misterios naturales. Una poesía de gauchos y de bandoleros. Una poesía que no puede estar atada. Mi lectura de Madariaga se hace palpable en Tamborcito, creo yo. Ahora tengo ganas de correr a buscar sus libros y, por una vez, conservarlos en la biblioteca. (risas) Yo lo conocí en las lecturas de La voz del erizo: me tocó leer con Madariaga, era una maravilla. Me acuerdo que él una vez leyó un poema, La contragaucho: era un poema sobre su madre y sobre la vida en las "campañas bárbaras" y en "los tembladerales de oro". Y allí le dice a “la contragaucho”: "y tú, no sé qué fuiste, mi madre, y qué era yo entre tus chinas indias negras y tu pavor cuando llegaba de visita el viejísimo y muy alto exbandolero: el cetrino amarillo de las sandías refulgentes". Él siempre estuvo cerca de los dignísimos y pobrísimos gauchos de Corrientes, que andaban por los esteros, y que eran salvajes; creo que el padre de Madariaga era médico y estaba muy cerca de esa gente; y la madre, quizás italiana –sí, creo que era italiana porque él habla de sus “celestes ojos italianos”–, que les tenía terror a los gauchos. Imaginate, Madariaga nació en 1927 y sus padres eran gente de principios de siglo XX. Y si ella era una italiana que recaló en Corrientes... ¿cómo miraría a los “salvajes” que andaban en patas y eran baqueanos y traían carpinchos cazados después de largas acechanzas en los esteros? Y alguno, más de uno, tendría unas muertes encima y demás. Madariaga era tan enfático:“¡Yo lo prefería a él!” –al padre, ¿no? Su padre estaba literalmente cerca de los gauchos y Madariaga fue un gaucho, era un hombre de a caballo. Está en sus poemas, ahí está todo ese mundo que me encanta y me convoca; es como si yo quisiera ser ese que él encarna en su poesía. Y me acuerdo que me fascinaba lo que leía y cómo lo leía, pero en el momento de La contragaucho yo estaba como ofendida: ¿cómo la atacaba así a la mamma? ¿Cómo: “Yo lo prefería a él”? Era el imperio del patriarcado –entendido desde ese momento y desde mi óptica feminista–; después lo leí y me gusta La contragaucho, pero recuerdo esa discordia interna que no manifesté a nadie, tal vez a algún amigo. Y después me tocó varias veces leer y compartir con él, y cuando hicimos el libro Teoría del cielo con Arturo (Carrera), uno de los biografemas que incluimos fue el de Madariaga. (3) Y por aquellos años, 1991, hubo un encuentro de poetas en la ciudad de Alvear, en la provincia de Corrientes. Y yo viajé a leer nuestro biografema sobre Madariaga y ahí compartimos un rato más. Y también pude presenciar un diálogo descollante entre Diana Bellessi, Hugo Mujica y Madariaga; Mujica estuvo muy bien, pero en un momento se dio un contrapunto entre Diana y Madariaga, hablando de poesía, que... pocas veces fui testigo de algo tan magnifico, tan profundo, brillante, alegre, intenso; salimos fascinados. Yo, agradecida a la vida. Y creo que Madariaga tenía esa magia, era muy potente, muy claro. Su poesía tiene esa vitalidad, esa cosa salvaje, a veces despareja; a mí me gustan los poetas desparejos; a mí no me puede gustar Octavio Paz, si bien puedo leerlo y decir “qué inteligente”. O tal vez, como diría Borges, humildemente aún no me ha llegado el momento de leerlo.

Vanesa Guerra: ¿A qué le llamás desparejo?



Deconstrucción de lo desparejo

Teresa Arijón: Probablemente estoy repitiendo algo que me dijeron, pero desparejo sería un poeta que, de golpe, puede tener algún poema que no está a la misma altura de los otros; no un poema malo sino menos bueno, menos rutilante; un poeta que alcanza una gran altura las más de las veces y de golpe matiza con escritos que no están a esa altura; pero llega a la gran altura, mientras que otros nunca llegan, y tienen un correcto estilo, donde nunca vas a encontrar nada que vos digas “uy, esto, qué raro”... pero jamás vas a encontrar, tampoco, la gran altura.

Vanesa Guerra: Podría ser un amplio registro de la voz ¿no?

Teresa Arijón: Puede ser, puede ser.

Vanesa Guerra: En narrativa se dice: Tal o Cual es desparejo. Pero a mí me gusta pensar que, en verdad, lo que hay es un registro muy amplio que maneja distintas claves, como en la música. Y en verdad, el que está incómodo es el lector cómodo, porque le implica un trabajo cada vez.

Teresa Arijón: Porque se le exige un cambio. Lo desparejo, pensado desde mí y ya sin grandeza, sería que en ocasiones no me importa incluir un poema que, precisamente, no está del todo terminado. ¿Viste cuando los pintores o los dibujantes dejan un cuadro sin terminar? Eso me interesa más que la obra terminada. Lo que queda a medio hacer... (risas)

Vanesa Guerra: A mí también, es lo que más espero, lo que más me gusta de una obra.

Teresa Arijón: ¡Claro! Cuando dejás algo en suspenso; es útil mostrar esa parte; por ahí hay tres líneas que no sabés muy bien a qué vienen, y hay otras dos que sí; y esas tres líneas están un poquito más perdidas y enmarcan a las otras dos, y quién sabe adónde podrían haber ido... pero me cansé en el camino o sencillamente quedó así. Y bueno, no es lo mismo un poema que quedó prolijamente construido, por así decirlo, o grandiosamente construido: que quedó redondo. Cada uno muestra un aspecto distinto.



El poema del hombre en el pozo (4)

Vanesa Guerra: ¿cuál es el destino de los manuscritos?

Teresa Arijón: El poema del hombre en el pozo. Yo escribo a mano, y corrijo primero a mano y sólo mucho después en la computadora. Pero hay un momento en que digo “ya está” y rompo los manuscritos. Y el manuscrito de ese poema no lo pude tirar hasta hoy, porque me gusta el poema, porque me acuerdo del lugar y del momento en que lo escribí, y tengo las seis hojitas numeradas y por eso sé que es prácticamente idéntico al original. Lo escribí en Mojácar, en España, durante una residencia; éramos ocho en total, de distintas disciplinas y distintas edades. Yo me iba a escribir al patio de atrás, que daba a unas montañas de piedra, un paisaje seco; y ahí lo escribí bajo el sol ardiente, era verano. Una fotógrafa alemana-israelí Yardenna Youner, hizo un diario fotográfico de ese mes de residencia. Y por eso tengo la foto de cuando escribí ese poema. Fue un momento muy feliz, un momento de encuentro conmigo misma. En Mojácar pude escribir varios poemas, lo que se llama “Escrito en Mojácar” y “Último poema de amor”. Fue en el verano de 2006.



Proyectos editoriales



Vanesa Guerra: ¿Cómo recordás La Rara Argentina?

Teresa Arijón: La Rara Argentina fue una de las cosas que más amé hacer. Era un proyecto compartido con Bárbara Belloc: una hoja mensual de divertimento y cultura para mujeres. Era efectivamente una hoja mecanografiada y fotocopiada, con contenido ecléctico –incluía una “Genealogía de mujeres perdidas” (donde rescatábamos alguna figura histórica o literaria o mitológica), traducciones o fragmentos de poemas, consejos útiles y recomendaciones amatorias, e ilustraciones tomadas de la Enciclopedia Estudiantil, un clásico de los hogares en la década de 1960. Todo con un espíritu básicamente juguetón y celebratorio, pero serio y fehaciente a la hora de informar. La hicimos entre 1994 y 1998, y como creíamos fervientemente en la gratuidad, la repartíamos por las mesas de los bares que sólo abrían de noche... antes de que abrieran. La idea era sorprender alegremente, y creativamente, a las posibles lectoras. Firmábamos con seudónimo, porque en principio no queríamos revelar nuestra identidad: así, durante un tiempo dichoso, fuimos Prudencia y Desmesura...



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Vanesa Guerra:   ¿Cómo va  pato-en-la-cara?

Teresa Arijón: pato-en-la-cara es un proyecto editorial que  compartimos con Bárbara Belloc y con Manuel Hermelo, y una gran esperanza a pesar de los rigores económicos que obviamente no facilitan los emprendimientos autogestivos (aunque quiero destacar el generoso apoyo que en su momento obtuvimos del CCEBA y del Centro de Estudios Brasileños). No es una editorial sino un proyecto de edición, que incluye cuatro libros de poesía contemporánea (dos originalmente escritos en castellano y dos traducciones, una del portugués y otra del gallego), dos intervenciones sonoras, dos traducciones de ensayo contemporáneo, dos obras de teatro, dos teorías y prácticas de..., y dos traducciones de poetas clásicos. Hasta ahora hemos publicado seis de un total de catorce, y en octubre presentaremos Teoría y práctica de la tragedia, un libro en el que venimos trabajando con Manuel desde hace ya varios años. pato-en-la-cara tiene una estrella mayor: la traducción de Safo, magistralmente hecha por Bárbara y Alcira Cuccia. Un trabajo de ocho años.

Vanesa Guerra: Vamos a los links:


                                                     -entonces Teresa, ahora como sigue?

Teresa Arijón: Y ahora... seguir traduciendo (es mi oficio y mi sustento, y también mi alegría), un proyecto de antología también compartido y aún en ciernes, un viaje al festival de poesía Luna de Locos (Pereira, Colombia), y escribir ese librito del que te hablaba, que, fiel al espíritu de los últimos, bien podría llamarse ostranenie...


Buenos Aires, Julio 2012



Notas:

(1) Este comentario refiere al intercambio de mails con Teresa Arijón. Ver: “En un ir y venir de mails”.
(2) “Palabras como osamentas. Y acaso OS tenga un significado oculto: es la palabra latina que significa hueso” Jorge Monteleone. Ver: Una poética de las huellas – Prólogo  a Óstraca, Jorge Monteleone, Curandera 2011
(3) Ver: Teoría del Cielo. Madariaga: Arturo Carrera y Teresa Arijón
(4)
.)



En el fondo de un pozo
cuya boca ha sido tapada desde afuera,
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo deja atrás.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba—
querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas, destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. Pasa la yema del pulgar por los labios resecos. Supone que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.

Teresa Arijón- Óstraca (poesía reunida) Curandera, 2011. Pág. 37





Revista Con-versiones, agosto 2012




dr. elephant

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