* entrevista originalmente publicada en la Revista Transdisciplinaria Con-Versiones
www.con-versiones.com.ar /nota 1035
Teresa Arijón: Claro, una suspensión del encuentro, una suspensión… no del tiempo por supuesto, lo cual sería materialmente imposible; una suspensión del encuentro: como esperar el momento, esperar que el momento se revele por sí solo, porque en realidad no es que yo voy a determinarlo o voy a preparar una circunstancia especial para encontrarme con ese objeto; eso va a ocurrir, pero no es necesario que sea ya, ahora; y a mí me gusta tener ahí los objetos, un poco en espera, porque son como mundos en suspenso y lo primero que presentan es una superficie a contemplar y en la que es posible adentrarse. Y en este CD del que te hablo hay un paisaje, el sertão nordestino: un cielo celeste pálido con nubes y una tierra rojiza, un camino de tierra rojiza y nada más. Y yo lo miro a las noches, porque está sobre la mesa de luz, entonces cada noche lo veo, no es que me quedo mirándolo: lo veo ¡como lo que decíamos de los pies! (risas) Como en una ráfaga lo veo y llega a la retina, al cerebro, al corazón... no sé adónde va… Esto me pasa con ese CD, no me pasa con todos los CDs que llegan a mis manos- pero con este me pasó y entonces creo que, cuando por fin lo escuche, esa imagen ya estará más dentro de mí.
dr. elephant
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Con
Teresa Arijón
Encuentro
en El Seddon, San Telmo, Buenos Aires
23:45hs
del 10 de Julio, 2012
Antes de grabar habíamos
hablado de las distancias o aun del tiempo que transcurre en esas distancias,
un tiempo que nos separa o nos conduce al encuentro con un objeto; Teresa
diferenciaba una manera suspensa, de otra precipitada, como la de quien se
abalanza sobre algo; prefería la experiencia del permanecer, permanecer en
conexión pero a la distancia, porque en esa experiencia habita el misterio. En
particular contó sobre un CD de Maria Bethânia: alguien se lo ha regalado y
allí está, en su envoltorio original, sobre la mesa de luz; sin embargo, una
relación sutil y delicada habría comenzado, algo que oscila en lento
intercambio.
También habíamos hablado de cómo nos miramos los pies por las mañanas o por las noches, un ver reflejo, furtivo y preciso. Si se quiere una contemplación.
También habíamos hablado de cómo nos miramos los pies por las mañanas o por las noches, un ver reflejo, furtivo y preciso. Si se quiere una contemplación.
Vanesa
Guerra
El tiempo- el
encuentro-el misterio
Teresa Arijón: […] Clarice Lispector descubre ese mundo interior, ese mundo de esperas, de encuentros y desencuentros, de misterio, un mundo de personas que no son héroes ni se muestran distintas o especiales, son personas comunes y corrientes que de pronto enfrentan situaciones extraordinarias, extraordinariamente íntimas diría yo: situaciones que conducen a una revelación. Como lo que le ocurre a Martim en lo oscuro del campo en La manzana en lo oscuro. Como lo que le ocurre a G.H. con la cucaracha en La pasión según G. H. Como Joana en Cerca del corazón salvaje... Me parece que es un poco lo que Clarice pensaba de sí misma –ella, que no era una persona común y corriente pero a veces le gustaba pensarse así, común y corriente, con toda esa vida intensa, profunda, hondísima que sólo ella, entre tantos escritores, encuentra de esa manera tan fluida y tan perentoria en el ser humano. Eso a mí me reconcilia con el mundo, con la vida misma, porque la vida que pinta Clarice es tan rica, tan raigal y a la vez tan aérea, que te da ganas de vivir para seguir leyendo: ¡mirá todo lo que hay escondido en un hombre que está cavando una zanja!... Ella revela unas complejidades que tal vez tenemos todos, pero hay que darse tiempo para entrar en esas honduras –hay que tener el tiempo, no dárselo; porque en realidad hay que tener tiempo material para poder entrar en contacto con uno mismo. Hay que tener tiempo o, como les ocurre a los personajes de Clarice, ser alcanzado por la flecha de lo imprevisto.
Teresa Arijón: […] Clarice Lispector descubre ese mundo interior, ese mundo de esperas, de encuentros y desencuentros, de misterio, un mundo de personas que no son héroes ni se muestran distintas o especiales, son personas comunes y corrientes que de pronto enfrentan situaciones extraordinarias, extraordinariamente íntimas diría yo: situaciones que conducen a una revelación. Como lo que le ocurre a Martim en lo oscuro del campo en La manzana en lo oscuro. Como lo que le ocurre a G.H. con la cucaracha en La pasión según G. H. Como Joana en Cerca del corazón salvaje... Me parece que es un poco lo que Clarice pensaba de sí misma –ella, que no era una persona común y corriente pero a veces le gustaba pensarse así, común y corriente, con toda esa vida intensa, profunda, hondísima que sólo ella, entre tantos escritores, encuentra de esa manera tan fluida y tan perentoria en el ser humano. Eso a mí me reconcilia con el mundo, con la vida misma, porque la vida que pinta Clarice es tan rica, tan raigal y a la vez tan aérea, que te da ganas de vivir para seguir leyendo: ¡mirá todo lo que hay escondido en un hombre que está cavando una zanja!... Ella revela unas complejidades que tal vez tenemos todos, pero hay que darse tiempo para entrar en esas honduras –hay que tener el tiempo, no dárselo; porque en realidad hay que tener tiempo material para poder entrar en contacto con uno mismo. Hay que tener tiempo o, como les ocurre a los personajes de Clarice, ser alcanzado por la flecha de lo imprevisto.
Vanesa Guerra: Esto venía a
cuento del tiempo que por ahí existe en vos, entre vos y un
objeto dado-regalado-adquirido ¿te acordás? Entonces, marcabas una diferencia
entre el abalanzarse o el esperar como una suspensión de ese encuentro.
Teresa Arijón: Claro, una suspensión del encuentro, una suspensión… no del tiempo por supuesto, lo cual sería materialmente imposible; una suspensión del encuentro: como esperar el momento, esperar que el momento se revele por sí solo, porque en realidad no es que yo voy a determinarlo o voy a preparar una circunstancia especial para encontrarme con ese objeto; eso va a ocurrir, pero no es necesario que sea ya, ahora; y a mí me gusta tener ahí los objetos, un poco en espera, porque son como mundos en suspenso y lo primero que presentan es una superficie a contemplar y en la que es posible adentrarse. Y en este CD del que te hablo hay un paisaje, el sertão nordestino: un cielo celeste pálido con nubes y una tierra rojiza, un camino de tierra rojiza y nada más. Y yo lo miro a las noches, porque está sobre la mesa de luz, entonces cada noche lo veo, no es que me quedo mirándolo: lo veo ¡como lo que decíamos de los pies! (risas) Como en una ráfaga lo veo y llega a la retina, al cerebro, al corazón... no sé adónde va… Esto me pasa con ese CD, no me pasa con todos los CDs que llegan a mis manos- pero con este me pasó y entonces creo que, cuando por fin lo escuche, esa imagen ya estará más dentro de mí.
Vanesa Guerra: Y va a devolver
tiempos tuyos, también…
Teresa Arijón: Claro, ya habrá otra
cosa, no será la situación absolutamente virgen de poner un CD sin saber nada.
Vanesa Guerra: Qué interesante.
Porque lo nuevo, de esa manera, lo nuevo en este tiempo de contacto va a traer
ráfagas tuyas, es un reencuentro con vos en ese tiempo de suspensión.
Teresa Arijón: Sí.
Vanesa Guerra: Esto que decís es
muy lindo, es muy claro, y me preguntaba si cuando escribís tu poesía no te
pasa algo parecido.
Teresa Arijón: ¿Cómo?
Vanesa Guerra: Digo, un poema ya
resuelto sería como el momento en el cual vos tomás ese CD y lo escuchás…
Teresa Arijón: ¿Como si ya estuviera
resuelto antes de escribirlo?
Vanesa Guerra: Algo así, cuando
terminás de escribir, eso vuelve a vos; vos te encontrás con uno de tus poemas
y lo leés y eso podría ser como el momento en el cual vos escuchás ese CD con
el cual estuviste en un estado de acercamiento y de suspensión durante un
tiempo; lo escuchás y te da lo que trae de nuevo y también lo que trae de tuyo
de ese tiempo, de aquel tiempo de relación.
Teresa Arijón: ¡Sí! Es muy linda idea
y la adopto, la adopto...
Vanesa Guerra: Es tuya la idea.
(risas)
Teresa Arijón: No, la adopto, la
adopto porque nunca hubiera pensado eso de un poema. Claro: yo escribo por
impulso, pero por ahí he estado en contacto con esa materia, que después voy a…
Sí, tal vez yo haya estado en contacto con esa materia. Incluso en contacto con
las palabras mismas, no sólo con la emoción, la sensación, la idea del poema,
sino ya con las palabras, con parte de las palabras que van a llegar al papel;
pero sí, quizás hay un momento que es la contemplación de eso, de eso que
después será el poema y las palabras del poema. Por lo general escribo por un
impulso bastante directo, hay algunas cosas que corrijo, otras que no, otras
que debería haber corregido pero no supe hacerlo, y otras que jamás tocaría;
pero casi siempre mis poemas son parecidos al primero, al original, al que
termino por publicar; es decir: tienen horas de trabajo y horas de espera, pero
muchas veces vuelvo al principio como si borrara las tachaduras.
De lo que acuna, de su
traducción a la poesía
Vanesa Guerra: ¿Ese impulso lo
sentís primitivo, primario?
Teresa Arijón: Sí, digamos que cuando
lo siento primitivo y primario es cuando más me gusta. No soy muy disciplinada,
no me gusta hacer las cosas porque hay que hacerlas, aunque a veces está bueno,
ahora estoy armando un libro justamente así… A veces me gusta tener un
objetivo, ¿te acordás del poema inédito que te mostré la vez pasada? Estoy
tratando de escribir un libro, del que ese poema forma parte, y el pretexto
para poder ordenarme es un concurso, porque me organiza, porque de la misma
manera que puedo dejar el CD en stand by y mirar y esperar y esperar como si
tuviera todo el tiempo del mundo, me pasa lo mismo con la escritura; muchas
veces yo tengo el poema en la mente o en el aire y no siento la necesidad
imperiosa de bajarlo, de transcribirlo, de ponerlo en el papel o en la
computadora, y a veces en ese mismo fluir se pierde; porque muchas cosas se han
perdido porque se concretaron ahí, y ahí quedaron.
Vanesa Guerra: Entonces, en vos
la poesía está más cantada, te habita
en una materia más parecida a los cantos de la infancia (1)
en una materia más parecida a los cantos de la infancia (1)
Teresa Arijón: Sí, sí, sí y a veces
tengo... yo no sé si es pereza o… pudor; pudor no, no sería pudor… puede ser pereza
de traerlo a otro lugar, porque ese lugar es el lugar del trabajo ¿no? Porque
ahí tenés el reflejo ya claro y, quieras o no, tenés que trabajar sobre eso y
entonces empieza a volverse una preocupación y a la vez es un gran placer.
Porque cuando lográs materializar algo que finalmente, finalmente te
convence... es como tocar el cielo con las manos; pero es otra etapa, una etapa
de mucha felicidad y a la que no llego con facilidad.
Vanesa Guerra: Es un cambio de
materia; de mundo y de materia; pienso que cuando está resuelto y da tanta
felicidad, ha implicado un trabajo que frenó la pereza; porque la pereza es
como el modo o nos habla del modo en el cual te habita esa poesía cantada, que
existe porque vos le das una existencia, pero que no goza en su existencia de
la lectura de los otros, es una existencia en vos, no hace lazo, digamos que el
trabajo es cambiarle la materia a eso.
Teresa Arijón: Yo tenía una amiga que
me decía: “sos muy egoísta” (risas) -por lo que vos decís, porque ella sentía
que yo me quedaba con cosas para mí, en vez de compartirlas…
Vanesa Guerra: Claro, lo que pasa
es que hay que poder renunciar a eso, no es nada sencillo…
Teresa Arijón: Son distintas
instancias, y aparte lo otro es como estar acunada en algo, y no siempre sabés
si ese algo es transmisible. Y hasta que no te tomás el trabajo de intentar
transmitirlo no sabés tampoco qué es lo que en realidad hay ahí: si vale o no
la pena; pero cuando te tomás el trabajo no hay nada mejor, cuando hay algo que
lograste pasar –a lo que lograste poner en situación de “pasaje”–, algo que
toma una forma que otro puede leer o escuchar, y que puede repetirse y que se
va de vos, que por fin se desprende de vos… es un momento muy feliz; y de
hecho, cuando se va, se va; y es genial porque pasás inmediatamente a otra
cosa: aunque esa “otra cosa” sea una variación de “lo mismo”. Ya lo decía
Antonio Machado: si publico, es para librarme del maleficio de lo escrito.
También podría decirse: si escribo es para librarme de lo pensado (o lo
sentido, o lo imaginado, o todo a la vez).
Vanesa Guerra: Aún en esas
variaciones ocurre, tal vez, como una primera forma de la traducción. Lo
trabajoso sería la traducción de una lengua íntima y callada, absolutamente
íntima, a una lengua compartida.
Teresa Arijón: Claro, y también da
cierto pudor… En una época yo escribía acerca de eso. Todos los poemas eran muy
aéreos, eran sumamente inmateriales; mi pretensión, si acaso puede tenerse una
pretensión, era trasladar ese aire al papel, trazar líneas tenues y líneas que pudieran
ser las que se veían y también otras. Algo que podía resultar poco articulado,
precisamente en una época hacía eso.
Vanesa Guerra: ¿En la época
de Alibí?
Teresa Arijón: Claro…
Vanesa Guerra: Sí, hay un trabajo
con el espacio, lo mostrás, lo ofrecés.
Teresa Arijón: En esa época me
encantaba, estaba convencida, no podía ser de otra manera lo que yo hacía,
porque era como un dibujo en el espacio, algo bastante visual, aunque no
esencialmente: porque lo visual estaba conducido por la palabra, era la palabra
la que daba el sentido primordial; y cuando yo leía en público, intentaba
darles a los poemas esas respiraciones que les daban los espacios en la página.
Vanesa Guerra: ¿Cómo los leías?
Teresa Arijón: Me costaba muchísimo;
los leí varias veces, era la época de La voz del Erizo. Unas
lecturas a las que asistíamos todos, eran las más concurridas, iba gente de
distintos estilos, distintas edades, eran muy eclécticas.
Vanesa Guerra: ¿Quiénes
eran La voz del Erizo?
Teresa Arijón: La organizadora era
Delfina Muschietti, que es poeta, traductora, tallerista y profesora de
literatura en la UBA. En los años noventa Delfina organizó ese espacio en
el Rojas, y estaba buenísimo porque tenía mucha convocatoria,
tanto entre los poetas como entre el así llamado público, que entonces no sólo
estaba integrado por poetas como después lo estuvo; la gente iba a
escuchar poesía; había futuros poetas, viejos poetas que venían a escuchar a
los poetas mas jóvenes, y siempre incluía Delfina a algún consagrado con un
poeta medianamente joven y con otro mucho más joven; medianamente joven era
Arturo (Carrera), más consagrado era Madariaga; Irene Gruss era un poco más
joven, y después venía Víctor Redondo y después nosotros y después otros más
jóvenes, jovencísimos, y así se iban sumando... y siempre nos mezclábamos; yo,
por ahí, quería escuchar en una lectura a Madariaga o la magnífica Susana
Thénon y a los otros no los conocía o no me simpatizaban particularmente, pero
como había llegado hasta ahí los escuchaba y así descubría cosas, y esa
diversidad era muy propicia y muy generosa porque no sólo escuchabas lo que vos
querías escuchar, lo que vos sabías que te iba a gustar: muchas veces
descubrías. Y además ya sabías que te ibas a encontrar con gente ahí, porque
todos íbamos a La voz del erizo y la cita ya esta estaba
hecha, sabías que te ibas a ver con tus amigos y con otros y que después ibas a
tomar algo y a charlar sobre lo que habías escuchado, era muy vital. Esa es la
época de Alibí. Alibí era difícil de leer, era
arduo dar con las respiraciones para poder transmitir ese dibujo trazado en el
papel. Me daba más vergüenza leer en esa época que ahora. Ahora siento que, al
leer una poesía más articulada, leo mejor.
Vanesa Guerra: Es interesante ese
punto de ¿testimoniar? cómo era la bajada, digo, el cambio de materia, porque
se podría pensar que en ese momento vos estabas diciendo sobre eso.
Teresa Arijón: Igual esto lo pienso
ahora, en este momento: lo estamos pensando ahora.
Vanesa Guerra: Sí, estamos
aventurando una idea. Pero, también es cierto, más allá de esto que estamos
pensando ahora, que cuando leí Alibí, realmente me pregunté cómo lo
habrías leído, porque a mí me encantan esos modos de escritura que vos llamás
desarticulados.
Teresa Arijón: A mí me criticaban
mucho por hacer eso... Se decía que las mujeres escribíamos así porque no
podíamos ser articuladas…
(Risas)
(Risas)
Vanesa Guerra: ¿Cómo es eso!
Teresa Arijón: También se lo escuché
decir a mujeres… (más risas) También se lo escuché a varones: “esa poesía tan
lánguida… tan de minita…”. Quizás me pegó ese comentario porque, si yo buscara
personajes en la poesía mía, en esos poemas más aéreos, etéreos… (risas)
venéreos precisamente, en esos poemas con esas características, si busco un
personaje, un sujeto poético, claramente es una mujer la que escribe; pero en
estos otros poemas de ahora, más firmes, como quien hace la venia, el personaje
o el yo poético es un varón, o digamos que hay un hombre al que yo observo; y
después tengo el Tamborcito Tacuarí, que es “elno nacido”, que
me encanta y que para mí lo tiene todo… Pero hay gente que me dice que el Tamborcito le
resulta extraño o que no lo entiende, como si tuviera un mayor parentesco con
la poesía de Alibí.
Vanesa Guerra: Ah… mirá, no lo hubiera
pensado así.
Teresa Arijón: Me lo han dicho, sí,
yo no lo pensé… Sí, entonces ahora trabajo sobre distintas instancias o sobre
varios fulgores del aspecto (burlando a Wittgenstein): el hombre a secas, el
extranjero, el nómade y el no nacido del Tamborcito.
Vanesa Guerra: Es difícil de
pensar el no nacido… pues, no ha nacido y sin embargo…
Teresa Arijón: Sí, es muy difícil...
porque no ha nacido y ¡le ha pasado de todo! Le ha pasado mucho más que a todos
los otros. Para mí es una metáfora del país. Es una mezcla de voces, como si yo
tradujera algunas voces –ahora se me ocurre decir tradujera–, algunas voces que
pueden haber sido, que pudieron haber sido, que quedaron enterradas o
suspendidas pero que forman parte de una gesta de la historia, de la historia
que está latente debajo del suelo, lo que quedó y todavía está o no está o se
dice que fue destruido, pero no.
Vanesa Guerra: ah… volvés a la
idea de traducir, tal vez refiera a algo que va a pérdida…
Teresa Arijón: ¿Sí?
Vanesa Guerra: …algo va a pérdida
y algo va a ganar terreno, una traducción pienso, es un poco es eso, porque
aparece la voz que traduce, al tiempo que otra voz tiene que hacerse a un lado…
a pérdida en el buen sentido, como si te dijera para que algo exista tiene que
haber un vacío, o espacio o algo que haya dado lugar.
Teresa Arijón: Sí, o es un pasaje.
Una traducción es un pasaje… Y también es un pasaje de Benjamin.
Vanesa Guerra: Sí, lo es. Lo que
estaba pensando era que en el no nacido no hay esa supuesta desarticulación
de la que se hablaba, pero sí es cierto que se construye o que lo vas
construyendo sobre huellas, restos, trocitos que quedaron de trozos que ya no
están; hay algo que alude a lo que no está y sin embargo sobre eso construye.
Teresa Arijón: Ahora me dan ganas de
escribir más poemas del no nacido: sí, quiero que vuelva…
Vanesa Guerra: Además termina
para regresar…
Teresa Arijón: Termina con esos tres
puntos entre paréntesis que son una animación suspendida: (…) ¿Y cómo
termina?
(leemos)
(leemos)
el que no nació y
empero
olfatea con saña, como perro o hurón
la historia de un país —
los hechos inasibles,
el cánon siempre inhóspito que cifra realidades
contenidas en voces, en cielos, en temblores —
itinerarios lanzados al pavor de la llanura,
la pampa bárbara de las múltiples conquistas,
del malón
y sus noches estrelladas.
…
olfatea con saña, como perro o hurón
la historia de un país —
los hechos inasibles,
el cánon siempre inhóspito que cifra realidades
contenidas en voces, en cielos, en temblores —
itinerarios lanzados al pavor de la llanura,
la pampa bárbara de las múltiples conquistas,
del malón
y sus noches estrelladas.
…
Teresa Arijón: Este fue el tercero
que escribí y era el último de esta serie, siempre fue el último pero llegó
antes; siempre fue el último pero con intención de continuar… (Volvemos a
leer) “El malón y sus noches estrelladas” es mi guía… Es una de las
imágenes guía, el malón bajo un cielo azul renegrido y estrellado; los
caballos; los indios; es una suerte de épica.
Vanesa Guerra: ¿Cómo apareciste
en Tamborcito?
Teresa Arijón: Porque hay un librito,
que es un largo poema de Pasolini, que se llama Poeta de las
cenizas o Quién soy, cuyo manuscrito fue encontrado poco
tiempo después de que fuera asesinado. Eran originalmente unas treinta y dos
páginas, escritas en 1966, “fingiendo respuestas a su propio trabajo para un
entrevistador estadounidense” (así lo dice en el prólogo Arturo Carrera, que es
también el traductor). Entonces, Quién soysería tal vez todo lo
contrario de lo que yo hice... Porque en ese poema Pasolini va contando
claramente quién es: empieza diciendo “Soy alguien que nació en una ciudad
llena de pórticos en 1922”. Y sigue contando cosas que parecen muy concretas,
autobiográficas, según recuerdo ahora… Y una vez, estando todavía en la
casa de San Telmo, en una de esas tardes milagrosas, únicas, Bárbara (Belloc)
agarró el librito y lo leyó entero, entero y de corrido, y a mí me quedó
grabado a sangre y fuego, me encantó la lectura, me impactó la tarde, la luz de
la tarde, el poema, la lectura y la voz, la cadencia de la voz. Y a partir de
ahí yo quise escribir un Quién soy; y mi quién soy, en vez de
decir Soy alguien como el de Pasolini salió diciendo: Soy
el que no nació. Y se me figuró como una épica argentina o de ese
territorio que es mi país. Fue como mi Quién soy; hay varios poemas
míos que están inspirados en alguna lectura de Pasolini, aunque no sé si le
rinden el merecido honor.
La vida nueva abre con
una navaja
Teresa Arijón: El personaje del
hombre aparece por primera vez en el libro OS.
Vanesa Guerra: ¿Si fuera
hombre…?
si fuera hombre usaría
la navaja de mi abuelo para afeitarme —
rozaría lentamente el hueco del mentón,
trazaría los ángulos del rostro con precisión de esteta.
Ha de ser un magnífico ejercicio de conciencia y de pulso
mirarse cada día al espejo,
navaja en mano.
la navaja de mi abuelo para afeitarme —
rozaría lentamente el hueco del mentón,
trazaría los ángulos del rostro con precisión de esteta.
Ha de ser un magnífico ejercicio de conciencia y de pulso
mirarse cada día al espejo,
navaja en mano.
Teresa Arijón: Sí, esa todavía soy
yo…
Vanesa Guerra: Claro, pero
inmediatamente se ve en el espejo a un abuelo, en el espejo no vemos quién está
haciendo eso, vemos lo que pasa en el espejo.
Teresa Arijón: Es algo que imaginé,
porque yo no conocí a mi abuelo Manuel María. Tengo su navaja barbera, es
preciosa, y tengo el cuero que se usaba para suavizar el filo y una piedra
rectangular para afilarlo. Porque mi papá se había quedado con eso. Debe ser lo
único que quedó del abuelo, la navaja.
Vanesa Guerra: La navaja y la
poesía.
Teresa Arijón: Sí, sí. Yo no conservo
muchas cosas, o no las he querido tener; pero la navaja me gustó siempre,
porque era uno de los objetos misteriosos de la infancia. Lo que pasa es que
cuando yo era chica era raro… Ese objeto me fascinaba en mi infancia, porque
era uno de los objetos peligrosos... Y lo raro era que a nosotras (a mí y a mi
prima) nos habían enseñado muy bien lo que no teníamos que tocar, o lo que
teníamos que tocar con mucho cuidado... pero las cosas no estaban bajo llave,
nosotras sabíamos dónde estaban y sabíamos que no las teníamos que tocar; y
entonces yo iba y tocaba la navaja, pero cuando la tocaba, la tocaba con
respeto y con una especie de devoción transgresora, y nunca me lastimé con la
navaja porque yo sabía que era prohibida, que era filosa, que en todo caso
tenía que mirarla y nada más, y que si la tocaba tenía que ser con muchísimo
cuidado; porque además no me podía lastimar con un objeto prohibido, porque
hubiera sido demasiado en todo sentido, y la reprimenda hubiera sido grande,
además; pero era eso, saber que podía lastimarme con cualquier cosa, menos con
lo que me habían prohibido y advertido. Y entonces yo siempre andaba abriendo
la cajita; la navaja estaba envuelta en algodón, en gasa blanca, para proteger
el filo. Y todavía me acuerdo del frío de la hoja en la yema de los dedos, y de
esquivar el filo al rozarlo. Y de la tentación, contrarrestada, de no
esquivarlo y ver qué pasaba.
Vanesa Guerra: OS abre
con ese poema...
Teresa Arijón: Sí, abre con ese poema
en la primera parte: “La vida nueva”… Como el libro de Dante, Vita
nuova. Yo siempre estoy fantaseando con eso: ¿cuándo empieza la vida
nueva?
Vanesa Guerra: No sabía que OS era
Sistema Operativo, yo pensaba que era os en versión:... OS DIGO…
Teresa Arijón: Pensaste bien,
pensaste bien; OS es “os” y es “sistema operativo” y también
es “hueso” en francés. Y viste que ahora sigo en la línea: Os; Óstraca...
Vanesa Guerra: Sí, después arma otros
recorridos.
Teresa Arijón: Sí, en ese caso
involuntario porque B.B. siempre me decía que yo escribía como si mis poemas
fueran óstraca, en el sentido de los fragmentos. Óstracon, cuyo plural es
óstraca, era un fragmento de cerámica sobre el que se escribía; hay óstracon
egipcios, griegos.... Y así se llama mi último libro publicado, que es, en
cierto modo o para mi oído, una reunión de fragmentos. Pero OS es
eso: el dativo y acusativo de la segunda persona del plural, y la sigla de
sistema operativo y los huesos a los que Monteleone alude. (2)
Vanesa Guerra: Se produce un
encuentro distinto cada vez…
Teresa Arijón: Es como tener nuevos
amores; creo que está muy bien expresado en La manzana en lo oscuro.
¿Cómo se construye cada uno para el otro? Clarice dice que en cada nueva
relación ocurre la maravilla de renovarse y renovar el relato que cada uno hace
y tiene de sí. Y al renovar ese relato, uno vuelve a quererse o a simpatizar
consigo mismo... y lo que lo aburría, por un ratito ya no es tan aburrido. Y
uno vuelve a construirse; se suman algunas cosas y se quitan otras. Esa
capacidad de recrearse, es lo que le pasa a Martim… Encontrar lo nuevo: lo
nuevo sería el nuevo yo… ¿no? Como si fuera un reflejo.
Vanesa Guerra: ¿El nuevo yo en
función del otro que aparece?
Teresa Arijón: Alguien dijo: “Todo es
reflejo”; y Nerval dice: “¿Yo? Persigo una imagen solamente”.
Vanesa Guerra: ¿Y Madariaga?
Teresa Arijón: Ah… Madariaga… No lo
he leído tan exhaustivamente como quisiera porque siempre que tengo un libro de
Madariaga, lo regalo. Me gusta tanto que lo regalo; es extraño, porque en
general muchas de las cosas que me gustan tanto no las quiero regalar, porque
tengo miedo de no volver a conseguirlas... como de hecho me ha pasado con
algunos libros de Madariaga. Y sé, en el momento de regalarlos, que quizá nos
los voy a conseguir, pero me parece que es algo así… como un caballo que
tiene que correr, que circular. La de Madariaga es una poesía de crines de
caballos salvajes y de esteros y de noches y de estrellas y de hadas de ojos
verdes y de jaguares que llegan a las tranqueras y de misterios naturales. Una
poesía de gauchos y de bandoleros. Una poesía que no puede estar atada. Mi
lectura de Madariaga se hace palpable en Tamborcito, creo yo. Ahora
tengo ganas de correr a buscar sus libros y, por una vez, conservarlos en la
biblioteca. (risas) Yo lo conocí en las lecturas de La voz del erizo:
me tocó leer con Madariaga, era una maravilla. Me acuerdo que él una vez leyó
un poema, La contragaucho: era un poema sobre su madre y sobre
la vida en las "campañas bárbaras" y en "los tembladerales de
oro". Y allí le dice a “la contragaucho”: "y tú, no sé qué fuiste, mi
madre, y qué era yo entre tus chinas indias negras y tu pavor cuando llegaba de
visita el viejísimo y muy alto exbandolero: el cetrino amarillo de las sandías
refulgentes". Él siempre estuvo cerca de los dignísimos y pobrísimos
gauchos de Corrientes, que andaban por los esteros, y que eran salvajes; creo
que el padre de Madariaga era médico y estaba muy cerca de esa gente; y la
madre, quizás italiana –sí, creo que era italiana porque él habla de sus
“celestes ojos italianos”–, que les tenía terror a los gauchos. Imaginate,
Madariaga nació en 1927 y sus padres eran gente de principios de siglo XX. Y si
ella era una italiana que recaló en Corrientes... ¿cómo miraría a los
“salvajes” que andaban en patas y eran baqueanos y traían carpinchos cazados
después de largas acechanzas en los esteros? Y alguno, más de uno, tendría unas
muertes encima y demás. Madariaga era tan enfático:“¡Yo lo prefería a él!” –al
padre, ¿no? Su padre estaba literalmente cerca de los gauchos y Madariaga fue
un gaucho, era un hombre de a caballo. Está en sus poemas, ahí está todo ese
mundo que me encanta y me convoca; es como si yo quisiera ser ese que él
encarna en su poesía. Y me acuerdo que me fascinaba lo que leía y cómo lo leía,
pero en el momento de La contragaucho yo estaba como ofendida:
¿cómo la atacaba así a la mamma? ¿Cómo: “Yo lo prefería a él”? Era
el imperio del patriarcado –entendido desde ese momento y desde mi óptica
feminista–; después lo leí y me gusta La contragaucho, pero
recuerdo esa discordia interna que no manifesté a nadie, tal vez a algún amigo.
Y después me tocó varias veces leer y compartir con él, y cuando hicimos el
libro Teoría del cielo con Arturo (Carrera), uno de los
biografemas que incluimos fue el de Madariaga. (3) Y por aquellos años, 1991, hubo un
encuentro de poetas en la ciudad de Alvear, en la provincia de Corrientes. Y yo
viajé a leer nuestro biografema sobre Madariaga y ahí compartimos un rato más.
Y también pude presenciar un diálogo descollante entre Diana Bellessi, Hugo
Mujica y Madariaga; Mujica estuvo muy bien, pero en un momento se dio un
contrapunto entre Diana y Madariaga, hablando de poesía, que... pocas veces fui
testigo de algo tan magnifico, tan profundo, brillante, alegre, intenso;
salimos fascinados. Yo, agradecida a la vida. Y creo que Madariaga tenía esa
magia, era muy potente, muy claro. Su poesía tiene esa vitalidad, esa cosa
salvaje, a veces despareja; a mí me gustan los poetas desparejos; a mí no me
puede gustar Octavio Paz, si bien puedo leerlo y decir “qué inteligente”. O tal
vez, como diría Borges, humildemente aún no me ha llegado el momento de leerlo.
Vanesa Guerra: ¿A qué le llamás
desparejo?
Deconstrucción de lo
desparejo
Teresa Arijón: Probablemente estoy
repitiendo algo que me dijeron, pero desparejo sería un poeta que, de golpe,
puede tener algún poema que no está a la misma altura de los otros; no un poema
malo sino menos bueno, menos rutilante; un poeta que alcanza una gran altura
las más de las veces y de golpe matiza con escritos que no están a esa altura;
pero llega a la gran altura, mientras que otros nunca llegan, y tienen un
correcto estilo, donde nunca vas a encontrar nada que vos digas “uy, esto, qué
raro”... pero jamás vas a encontrar, tampoco, la gran altura.
Vanesa Guerra: Podría ser un
amplio registro de la voz ¿no?
Teresa Arijón: Puede ser, puede ser.
Vanesa Guerra: En narrativa se
dice: Tal o Cual es desparejo. Pero a mí me gusta pensar que,
en verdad, lo que hay es un registro muy amplio que maneja distintas claves,
como en la música. Y en verdad, el que está incómodo es el lector cómodo, porque
le implica un trabajo cada vez.
Teresa Arijón: Porque se le exige un
cambio. Lo desparejo, pensado desde mí y ya sin grandeza, sería que en
ocasiones no me importa incluir un poema que, precisamente, no está del todo
terminado. ¿Viste cuando los pintores o los dibujantes dejan un cuadro sin
terminar? Eso me interesa más que la obra terminada. Lo que queda a medio
hacer... (risas)
Vanesa Guerra: A mí también, es
lo que más espero, lo que más me gusta de una obra.
Teresa Arijón: ¡Claro! Cuando dejás
algo en suspenso; es útil mostrar esa parte; por ahí hay tres líneas que no
sabés muy bien a qué vienen, y hay otras dos que sí; y esas tres líneas están
un poquito más perdidas y enmarcan a las otras dos, y quién sabe adónde podrían
haber ido... pero me cansé en el camino o sencillamente quedó así. Y bueno, no
es lo mismo un poema que quedó prolijamente construido, por así decirlo, o
grandiosamente construido: que quedó redondo. Cada uno muestra un aspecto
distinto.
El poema del hombre en
el pozo (4)
Vanesa Guerra: ¿cuál es el
destino de los manuscritos?
Teresa Arijón: El poema del hombre en
el pozo. Yo escribo a mano, y corrijo primero a mano y sólo mucho después en la
computadora. Pero hay un momento en que digo “ya está” y rompo los manuscritos.
Y el manuscrito de ese poema no lo pude tirar hasta hoy, porque me gusta el
poema, porque me acuerdo del lugar y del momento en que lo escribí, y tengo las
seis hojitas numeradas y por eso sé que es prácticamente idéntico al original.
Lo escribí en Mojácar, en España, durante una residencia; éramos ocho en total,
de distintas disciplinas y distintas edades. Yo me iba a escribir al patio de
atrás, que daba a unas montañas de piedra, un paisaje seco; y ahí lo escribí
bajo el sol ardiente, era verano. Una fotógrafa alemana-israelí Yardenna
Youner, hizo un diario fotográfico de ese mes de residencia. Y por eso tengo la
foto de cuando escribí ese poema. Fue un momento muy feliz, un momento de
encuentro conmigo misma. En Mojácar pude escribir varios poemas, lo que se
llama “Escrito en Mojácar” y “Último poema de amor”. Fue en el verano de 2006.
Proyectos editoriales
Vanesa Guerra: ¿Cómo
recordás La Rara Argentina?
Teresa Arijón: La Rara Argentina fue una de las
cosas que más amé hacer. Era un proyecto compartido con Bárbara Belloc: una
hoja mensual de divertimento y cultura para mujeres. Era efectivamente una hoja
mecanografiada y fotocopiada, con contenido ecléctico –incluía una “Genealogía
de mujeres perdidas” (donde rescatábamos alguna figura histórica o literaria o
mitológica), traducciones o fragmentos de poemas, consejos útiles y
recomendaciones amatorias, e ilustraciones tomadas de la Enciclopedia
Estudiantil, un clásico de los hogares en la década de 1960. Todo con un espíritu
básicamente juguetón y celebratorio, pero serio y fehaciente a la hora de
informar. La hicimos entre 1994 y 1998, y como creíamos fervientemente en la
gratuidad, la repartíamos por las mesas de los bares que sólo abrían de
noche... antes de que abrieran. La idea era sorprender alegremente, y
creativamente, a las posibles lectoras. Firmábamos con seudónimo, porque en
principio no queríamos revelar nuestra identidad: así, durante un tiempo
dichoso, fuimos Prudencia y Desmesura...
Vanesa Guerra: ¿Cómo
va pato-en-la-cara?
Teresa Arijón: pato-en-la-cara es un proyecto
editorial que compartimos con Bárbara Belloc y con Manuel Hermelo, y una
gran esperanza a pesar de los rigores económicos que obviamente no facilitan
los emprendimientos autogestivos (aunque quiero destacar el generoso apoyo que
en su momento obtuvimos del CCEBA y del Centro de Estudios Brasileños). No es
una editorial sino un proyecto de edición, que incluye cuatro libros de poesía
contemporánea (dos originalmente escritos en castellano y dos traducciones, una
del portugués y otra del gallego), dos intervenciones sonoras, dos traducciones
de ensayo contemporáneo, dos obras de teatro, dos teorías y prácticas de..., y
dos traducciones de poetas clásicos. Hasta ahora hemos publicado seis de un
total de catorce, y en octubre presentaremos Teoría y práctica de la
tragedia, un libro en el que venimos trabajando con Manuel desde hace ya
varios años. pato-en-la-cara tiene una estrella mayor: la
traducción de Safo, magistralmente hecha por Bárbara y Alcira Cuccia. Un
trabajo de ocho años.
Vanesa Guerra: Vamos a los links:
-entonces Teresa, ahora como sigue?
Teresa Arijón: Y ahora...
seguir traduciendo (es mi oficio y mi sustento, y también mi alegría), un
proyecto de antología también compartido y aún en ciernes, un viaje al festival
de poesía Luna de Locos (Pereira, Colombia), y escribir ese librito del que te
hablaba, que, fiel al espíritu de los últimos, bien podría llamarse ostranenie...
Buenos
Aires, Julio 2012
Notas:
(1) Este
comentario refiere al intercambio de mails con Teresa Arijón. Ver: “En
un ir y venir de mails”.
(2) “Palabras como osamentas. Y acaso OS tenga un significado oculto: es la palabra latina que significa hueso” Jorge Monteleone. Ver: Una poética de las huellas – Prólogo a Óstraca, Jorge Monteleone, Curandera 2011
(3) Ver: Teoría del Cielo. Madariaga: Arturo Carrera y Teresa Arijón
(4)
.)
(2) “Palabras como osamentas. Y acaso OS tenga un significado oculto: es la palabra latina que significa hueso” Jorge Monteleone. Ver: Una poética de las huellas – Prólogo a Óstraca, Jorge Monteleone, Curandera 2011
(3) Ver: Teoría del Cielo. Madariaga: Arturo Carrera y Teresa Arijón
(4)
.)
En el fondo de un pozo
cuya boca ha sido tapada desde afuera,
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo deja atrás.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba—
querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas, destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. Pasa la yema del pulgar por los labios resecos. Supone que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.
cuya boca ha sido tapada desde afuera,
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo deja atrás.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba—
querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas, destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. Pasa la yema del pulgar por los labios resecos. Supone que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.
Teresa Arijón- Óstraca
(poesía reunida) Curandera, 2011. Pág. 37
Revista
Con-versiones, agosto 2012
dr. elephant
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