jueves, noviembre 19, 2020

Im Verlassenen /En el abandono Elfriede Jelinek


En el abandono// Im verlassenen

Elfriede Jelinek

                                                                           Traducción de Matilde Sánchez







Austria es un pequeño mundo donde el gran mundo hace sus ensayos. En la diminuta mazmorra de Amstetten hay función cada día, cada noche. Las funciones no se suspenden por ningún motivo. Dar a luz también es parte de la rutina cotidiana y la actuación. De hecho, aquí no hay más que actuación. No hay una Cortina de Hierro ni hacen falta barrotes o rejas de hierro dado que construimos una puerta de cemento entre dos paneles de acero, el cierre se mantiene firme, el equipo electrónico funciona incluso en el momento de reemplazar las baterías (debe de estar embutido bien abajo [ese enorme enchufe de la puerta,] una sola persona no pudo haberlo instalado), los barrotes son innecesarios cuando se instalan puertas de cemento, los barrotes permitirían una vista al exterior que, interrumpida constantemente, sería peor que la falta absoluta de luz; por lo tanto no se aplica en absoluto, para nada: entre los mil barrotes no hay un mundo. Aquí lo que cuenta es la palabra del Padre, quien de hecho ya es Abuelo, nada especial, existen los Padres y Abuelos en una sola persona, la Santísima Trinidad también existe, tres personas en una, aquí tenemos al Abuelo, que es todas las personas a la vez y el encargado de la palabra (excepto el televisor y la radio, permitidos allá abajo). Ni barrotes ni rejas de hierro hay aquí. Ni siquiera es posible ver nada del otro lado, a través de algo que permitiera mirar al exterior, ni ver el mundo. Ver el mundo es imposible desde el vamos, ni siquiera se ven mil franjas de mundo, no se ve absolutamente nada. El asiduo Amo también procuraba con empeño embellecer la mazmorra. Tal vez hasta le permitía a la hija caída en desgracia, la madre de sus segundos siete hijos (uno de ellos, cuando murió, fue “desechado” en la caldera, según un funcionario, ya no recuerdo cuál), participar en la elección de los colores de los mosaicos y demás equipamiento, tal vez le permitió emitir su opinión, yo no lo creo. Siempre comprábamos los productos en oferta, sin importar cómo fuesen. Acaso un milímetro de su poder fue cedido por este Padre y Abuelo concesionario, o Padre Electricista (no, él ni siquiera es dueño de esta concesión pero tenía genio para la inventiva este técnico electricista, al igual que Priklopil, un talento para la planificación y los remiendos), un poder tal vez perdido para el alegre ejercicio de la masculinidad si él la hubiera requerido; sin embargo, siempre tenemos acceso a nuestra masculinidad y por lo tanto en todo momento debemos poder tener acceso a nuestra femineidad, igualdad de derechos para todos, por ejemplo cuando en Tailandia uno quiere posar divertido ante la cámara la masculinidad se torna necesaria, masculinidad que queda bien guardada en la pequeña bolsita a cuadros bajo la gorda barriga al momento en que uno no quiere usarla, preservada para la anfitriona que le fue asignada y cuyo contenido puede variar, de la palabra a la carne y de la carne a la palabra. Hasta que uno quiera servirla y compartirla. Cualquier cosa puede caber en esta bolsita que es la pesadilla de los demás pero que se supone debería ser la gloria, el colorido y feliz repositorio de la desvergüenza, seguramente Dios, el Amo Abuelo y el Padre disfrutaban de sacarla. Él no conocía la vergüenza. En el minúsculo jardín viviente decorado con calcomanías y dibujitos infantiles (la actuación, según dije, sube a escena en lugar del ensayo porque ya no necesitamos ensayar, ya nos sabemos la pieza entera), él actúa, él puede actuar según le plazca, puede alterar la función de manera arbitraria dado que se trata de su propia función. La función de este Abuelo-Padrino que creó un espacio idílico, copia sin artificio del cuerpo femenino con sus muchos nichos y pasajes, no se puede ver desde ningún lugar a ningún otro lugar, no es ningún arte usar una cosa a modo de cuerpo femenino, ni siquiera si uno no cuenta con él, existen las muñecas inflables, las manzanas ahuecadas, animales, etcétera, pero hay un arte en crear espacios a la manera de una mujer y decorarlos con pequeños diseños, un templo, construido al solo fin de la lujuria del Padre, siempre listo, siempre preparado para recibir la presencia, que puede ser el cuerpo de una mujer mientras esta se quede quieta. La mujer (y los niños) son la única presencia que cuenta allá abajo. Tal vez ella se habría quitado la vida si no hubiéramos exigido su permanencia a fin de poder usarla. Aquel, él o ella, que no se quede quieto o que grite, es liberado y puede subir a la casa. Uno no aprecia la decencia, a veces la gente de Austria asegura que no quiere escenas. En público debe imperar la calma cuando el Padre no tiene tiempo, el káiser, el cardenal, el obispo de San Pölten en el seminario de sacerdotes, donde también los muchachos valen más que las mujeres. En 1848 hubo una rebelión pero no duró mucho y no se debe mencionar en 2008, año del aniversario. (1) Las rebeliones no son muy populares y ni siquiera fueron conducentes, en 1938 los nazis fueron mucho más populares, la decencia al estilo de una rebelión no es muy popular aquí excepto cuando está dirigida contra el pueblo indefenso, en ese caso sí que volvemos a ser fuertes. ¿Qué fue lo que dijo el Canciller ayer? Dijo que Austria debe ser reconocida en el mundo por exportar y difundir la idea de las Aldeas Infantiles SOS, lleven esta idea a los cuatro puntos cardinales, corran, corran, ¿no pueden marchar un poco más rápido? Sin embargo, la idea ya está, llegó, corrió, me refiero a la idea de las Aldeas Infantiles. No, la mazmorra de Amstetten no era una aldea infantil, las aldeas infantiles están en otra parte, incluso en el extranjero, porque nosotros las exportamos, al menos la idea, y además tres niños no constituyen una aldea, de verdad era estrecho ese sótano, un poco más estrecho y no habría servido a los fines. Todo aquí en Austria es ensayo de algo que luego sucederá y, es evidente, ya estaba planificada la libertad para la pequeña familia del sótano, planificada de antemano. Al final del verano la hija habría sido rescatada de la secta fantasiosa y amorosamente devuelta al hogar y el lecho nupcial. Antes de que terminara el verano habría sido reinstalada. A la larga se le habría dificultado al Pater Familias reptar hasta allá abajo, ya no es un muchacho, ¿y qué pasa si me enfermo? ¿Y si quiero volver a Tailandia para ver otra concha y entrarle a esa? Siempre lo mismo, al final no funciona, se aburre uno, si ni siquiera la esposa alcanzaba y tuvo que ser reemplazada por su propia hija. Hijos. Dan Trabajo. (2) Como máximo a los dieciocho de todas formas se mudan de la aldea de los niños a la que han sido asignados cuando no tienen a nadie y nadie los quiere (al menos es lo que yo pienso). La hija/ nieta de diecinueve años se prendió fuego en el sótano, se sacrificó por la familia. Puede morir, esa Juana de Arco, ya que no fue quemada al nacer, no todavía, eso está bien, así puede ser quemada más tarde como un barco en el que no se quiere regresar, no fue quemada porque quizá vayamos a necesitarla más tarde para que se convierta en la salvadora de la familia. ¡Y la precisábamos tanto! En efecto, teníamos necesidad de ella. Cuando necesitemos a un niño, no importa con qué fin, lo tendremos a mano. Es bueno haberlo creado en su hora. Sin el sacrificio del eslabón más débil, la única hija/nieta que tenemos ahí abajo (en contraste con la hija-objeto del Padre, la madre de los siete hijos, todos del propio papi, para que todo quede en familia y nada se pierda, este es el primer mandamiento aquí: no debes darte cuenta. Nada tiene que salir a la superficie, nada debe emerger, ¿para qué tenemos acero y cemento si no? Si ya en el caso de Natascha K. el tapón de cemento funcionó bien y pasó airoso las pruebas del tiempo, ¿por qué no usar cemento entonces? No hay que demonizar el buen cemento. El cemento no es frío, puede ser bastante cálido, es un material sólido y durable, los avisos destacan que no tiene por qué ser frío al tacto lo mismo que el ser humano, hecho de un material cálido que respira –cuando lo dejan– detrás de los tapones de cemento que lo aíslan, encierran y excluyen, según es voluntad y palabra del Padre, sólo eso cuenta aquí, sólo eso es válido, en el nombre del Padre, el Hijo también aparece en el nombre, lo mismo que el Espíritu Santo, pero en el nombre del Padre todo empieza y termina), la salvación nunca hubiera llegado. Dado que fueron rescatados todos los que querían ser rescatados, ahora los políticos temen que quede perjudicada la reputación de Austria, lo cual sería terrible. A esta altura ya no oímos el llanto que antes resonaba desde el sótano, porque naturalmente no podía oírse nada, no había grietas ni fisuras lo bastante anchas para permitir que los gritos escapasen en caso de haberse intentado. Solo había resquicios insignificantes para el aire. El Padre es un experto en resquicios, sobre todo en los del cuerpo humano y en especial los del cuerpo femenino, fue él a fin de cuentas quien los hizo. Él lo hizo todo porque podía hacerlo todo. Gracias a Dios. Pero no grites. De aquí no se escapa un solo grito, ni siquiera los gritos de pujo de una parturienta. Tal vez después de tantos hijos uno se acostumbra un poco a dar a luz. Sólo uno salió fallado y se lo desechó en la caldera. Bajo ninguna circunstancia podemos dañar nuestra reputación y cuando el daño está hecho, no hay quien se lo trague. Austria es muy celebrada por una buena cantidad de razones, festejada, apreciada y, creo yo, también codiciada. La conversación de sus mujeres animosas e inteligentes también es parte de ello, aunque no podamos oírla, pero también vamos a retomar eso; además de lo que afirma el Amo porque lo que importa es lo que el Amo le dice por teléfono al agente del servicio de acompañantes, lo que le dice a la call-girl de lujo cuyas memorias aparecieron cierta vez y al pasar en una revista y que luego se esfumaron. Es probable que se pagara un montón de dinero para que las memorias de esta prostituta de lujo nunca aparecieran. Nosotros no necesitamos que aparezca nada dado que tenemos una realidad que debe ser salvaguardada en el presente debido a lo irreal que parecía en fechas recientes, pero el punto importante es que de verdad funciona. También queremos conocer la opinión del Médico Jefe, el Juez y el Señor de aquí y el otro de más allá, queremos saber lo que dicen lejos de la opinión pública, en su ámbito privado y ante una mujer por elección y no de liquidación. Si no podemos oír lo que el Padre le dice al hijo, lo que el Padre hace con el hijo, quiero decir, lo que el Padre le dice a la hija (aunque Hablar no es necesario para cimentar el poder, ni siquiera sus señales, basta con un pequeño cuarto y de inmediato él controla todo lo que ese cuarto contiene), quiero decir, a la hija que es su esposa porque ella es una mujer, ¡ay, bueno!, también puede dirigirle la palabra al hijo que vive en el sótano, es cierto, y al otro también (pero ese tiene apenas cinco años y todavía le divierte andar en auto), cuando no podemos oír lo que el Padre les dice a sus siervos, entonces debemos oír las palabras del Padre, sólo estas tienen validez aquí, el espacio público aquí consiste en la palabra del Padre. No tenemos ninguna necesidad de ir hasta el sótano para reírnos, de hecho, no hay por qué bajar al sótano salvo para buscar los esquíes o las bicicletas, depende de la estación, no tenemos por qué bajar al sótano, podemos oír al Padre por medios divinos, lo oímos en todas partes, no está sujeto a ninguna restricción. Seremos interpelados por la palabra del Padre, el día que el Santo Padre venga con su sagrada palabra, las veinticuatro horas, además de la palabra del Domingo y demás palabras para cada día. A esa altura hay suficientes palabras que se han intercambiado, no dispensado, más palabras y sonidos no se podría dejar que pasen, estamos a tope en esta mazmorra, qué se creen, ¿cuántos más piensan meter acá adentro?, es que directamente debemos sumarlos, es incómodo el sótano pero al menos no eran tan altas las habitaciones, eso no habría funcionado, no es correcto que alguien salga de aquí, no son muy altas estas habitaciones, máximo un metro setenta, nadie sale de aquí, igual la mayoría no es gente alta y es muy probable que por la falta de aire y luz crezcan menos. Un efecto deseado. Nadie debería crecer más allá de sus limitaciones, todo debería quedar entre nosotros, no queremos dejar salir a nadie para que no puedan hablar de nosotros en el exterior. Queremos difundir la palabra de los Padres en los canales de la patria y propalarla más tarde otra vez hacia adentro tras haberla disfrutado en grande. Que en el extranjero nos escuchen, que escuchen nuestra Ópera y el Concierto de Año Nuevo, escuchen todo lo nuestro salvo los gritos. Por favor no les presten atención, después de todo nosotros tampoco atendemos y de eso sabemos algo. Los gritos ni siquiera llegan al vecino ni del sótano a la propia casa de arriba.

 

 

 Traducción de Matilde Sánchez

 

 

© 2009 by Elfriede Jelinek. El texto se traduce por primera vez al español en Otra Parte con autorización de la autora.

Texto de origen en > www.elfriedejelinek.com

 

Notas

1. Se refiere a la conmemoración de noviembre de 2008 por los noventa años de la República de Austria, cuya proclamación marcó el fin de la Gran Guerra.

2. Kinder. Machen Arbeit: “Hijos. Dan Trabajo”. Jelinek juega con la leyenda escrita en hierro sobre el portal de ingreso a Auschwitz: Arbeit macht frei, “el trabajo libera”.


dr. elephant

martes, junio 09, 2020

CAPITALISMO PANDEMICO



Capitalismo Pandémico 

Judith Butler

Festival ALEPH
UNAM 2020


¿Qué constituye un mundo habitable? ¿Qué significa vivir una vida vivible?


Son dos preguntas diferentes. La primera afirma la prioridad del mundo y se pregunta cómo debe ser y cómo deben habitarlo los seres humanos y no humanos.


La segunda establece una distinción entre vidas vivibles e invivibles.


Cuando hablamos del mundo hablamos de habitar. No sería así si habláramos de la Tierra. No quedan muchos lugares de la Tierra en los que no van los seres humanos, pero el mundo es siempre un espacio habitado. Un tiempo habitado.


En cierto sentido un mundo son las coordenadas espacio-temporales en que se vive una vida.


Un mundo inhabitable significa que la destrucción triunfó. Si una vida es invivible es porque se destruyeron las condiciones que la hacían vivible.


La destrucción de la Tierra como consecuencia del cambio climático vuelve inhabitable al mundo. Y nos recuerda la necesidad de ponerle límites éticos a nuestro habitar. Los seres humanos tenemos maneras mejores y peores de habitar el mundo. Y a veces el mundo solo puede sobrevivir si se limita el alcance del habitar humano.


En condiciones de cambio climático imponer esas condiciones a los humanos sienta las bases de un mundo habitable. Una vida no es vivible si el mundo es inhabitable. Habitar un mundo es parte de lo que hace que una vida sea vivible. Si los humanos habitamos la Tierra sin ningún cuidado por la biodiversidad, sin detener el cambio climático, sin limitar las emisiones de carbono, estamos produciendo un mundo inhabitable.


El mundo, la Tierra y los viajes


Puede ser que el mundo y la Tierra no sean la misma cosa. Pero si destruimos la Tierra, también destruimos nuestros mundos. Y si vivimos vidas humanas sin ningún límite a nuestra libertad, entonces disfrutamos de esa libertad a expensas de una vida vivible. Y así nosotros hacemos invivibles nuestras propias vidas en nombre de la libertad.


O, más bien, volvemos inhabitable nuestro mundo e invivibles nuestras vidas en nombre de una libertad individual que se valora a sí misma por encima de cualquier otro valor y eso se vuelve un instrumento para la destrucción de los lazos sociales y de los mundos vivibles.


Sin entrar en la cuestión sobre si la pandemia es una consecuencia directa o indirecta del cambio climático, creo que es importante centrar la atención en el hecho de que estamos viviendo una pandemia mundial en condiciones de cambio climático. Y eso significa que nuestra relación con el aire, el agua, la alimentación y el resguardo que brinda el medio ambiente, que ya estaba afectada en un contexto de cambio climático, se vuelve todavía más problemática en medio de una pandemia. Son dos problemas diferentes, pero se sobredeterminan y condensan en este presente pandémico.


Por un lado, la interrupción de los viajes y la actividad económica permite que el mar y el aire se recuperen de la prolongada contaminación provocada por las toxinas ambientales.


Hemos visto un indicio de lo que podría ser esa recuperación o reparación ambiental pero por otro lado, no tenemos ninguna garantía de que no se trate de algo más que de un momento apenas pasajero.


Después de todo, los viajes y la producción no se detuvieron por causa de una preocupación por el medio ambiente. No, la causa fue el miedo de que los seres humanos pudiesen contraer el virus en los aviones o en sus lugares de trabajo. O sea que las razones fueron fundamentalmente humanas. No ha existido una discusión sobre el antropoceno. Pero sin embargo, la pandemia demuestra cómo se podría recuperar el mundo natural si se restringiera la producción, si se redujeran los viajes. Y si disminuyeran las emisiones y la huella de carbono.


Mis palabras les llegan en una grabación porque no puedo viajar personalmente hasta la ciudad de México. Pero tal vez esta experiencia me haga tener conciencia de que si viajo menos el mundo natural podría tener mayores posibilidades de recuperarse. No lo digo solo por mmi, sino por cualquiera que de por sentado viajar, que no puede vivir sin viajar, o que crea eso.


La vida soportable






Si la lección indirecta que nos enseña la pandemia es que toda las personas tenemos que reducir nuestra huella de carbono, eso significa que en el mundo pos pandemia deberemos calcular las huellas de carbono para garantizar un mundo habitable, para nosotrxs y para lxs otrxs tanto en el presente como en el futuro para hacer habitable al mundo.


Por supuesto, la pregunta acerca de una vida vivible, parece ser, realmente, una cuestión mucho más subjetiva.


Podríamos preguntarnos: ¿qué hace vivible mi vida?


¿Cuáles son las condiciones necesarias para que yo pueda vivir una vida vivible?


Decir que una vida es vivible equivale a decir que yo pueda vivirla y otrx presumiblemente también. Que mi vida, entendida como una vida humana, puede vivir en ciertas condiciones y que eso es válido también para otras vidas. Y que las restricciones que afectan mi vida no me resultan tan insoportables como para hacerme dudar del hecho de segur viviendo.


Por supuesto, los seres humanos viven de maneras distintas los límites de lo vivible. Y si determinadas restricciones son vivibles o no, depende del modo en que cada quien determine lo que necesita para vivir. Finalmente, lo vivible es un requisito muy modesto. No nos preguntamos por ejemplo ¿qué me haría feliz? Ni tampoco: ¿qué vida podría satisfacer de manera más clara mis deseos?


Lo que buscamos más bien de vivir de manera tal que la vida siga siendo soportable.


En otras palabras, se trata de buscar las condiciones para que la vida pueda mantenerse y continuar.


Otra manera de decir esto sería: ¿cuáles son las condiciones de vida que hacen posible el deseo de vivir, de continuar viviendo?


Como sabemos de manera indudable que en ciertas condiciones restrictivas, encarcelamiento, ocupación, tortura, destierro, podríamos preguntarnos si en esas condiciones vale la pena vivir. En algunos casos llega a extinguirse incluso el deseo de vivir, y la gente se quita la vida o se entrega a la muerte.


La pandemia nos plantea esta pregunta de una manera diferente. Porque las restricciones con las que se me pide que viva no tienen como fin proteger solamente mi vida sino también las vidas de otras personas. Las restricciones me impiden actuar de determinadas formas, pero también implican una mirada sobre el mundo que se me pide que acepte.






“Me piden que no me muera”


Si pudieran decirlo, me pedirían que entendiera que esta vida que vivo está sujeta a otras vidas. Y que ese estar sujetxs lxs unxs a lxs otrxs es un aspecto constitutivo de quién soy yo. En otras palabras: no puedo viajar a la ciudad de México por las restricciones que buscan protegerme de un virus que podría quitarme la vida. Pero también para impedirme que transmita un virus que no sé si tengo, pero que podría cobrarse otras vidas.


En otras palabras, me piden que no muera, y que no ponga a otrxs en situación de riesgo, enfermedad o muerte. Y yo tengo que decidir si acepto o no ese pedido. Para entender las dos partes de ese pedido tengo que verme a mí misma como alguien capaz de contagiar el virus, pero también como alguien que puede infectarse con el virus. Soy al mismo tiempo potente y vulnerable, poderoso y expuesto. Capaz de provocar daño, pero también de sufrirlo. No se puede escapar a esa polaridad. Parecería que lo que me sujeta a lxs demás es la posibilidad de causar o sufrir daño, y tanto mi vida como la suya dependen de reconocer hasta qué punto nuestras vidas dependen de cómo actúe cada quien. Tal vez esté acostumbrada a actuar por mi cuenta y a decidir si tomar en consideración a otras personas, y de qué forma.


Pero de acuerdo al paradigma que hoy les estoy proponiendo yo ya estoy en relación con ustedes, y ustedes ya están en relación conmigo. Antes de que ninguno de nosotrxs se ponga a debatir cuál es la mejor forma de relacionarse con lxs demás. Compartimos el mismo aire, las mismas superficies, nos rozamos unxs con otrxs. Somos desconocidxs cerca unxs de otrxs en un avión, y el paquete que envuelvo tal vez tenga que abrirlo unx de ustedes.


Actuamos como si nuestras vidas por separado fueran lo prioritario, y luego hubiera que decidir la organización de la sociedad. Esa es una idea liberal que está muy arraigada en la filosofía moral.


La respiración compartida


Pero ¿cuándo y cómo se convirtió en algo posible imaginar la propia vida por separado? ¿Cuáles fueron las condiciones le dieron vida a esa forma de imaginar? La cuestión de la comida, el sueño y el abrigo nunca se pudieron separar de la cuestión de mi vida, de cuán vivible es. Y el acceso por mínimo que sea a esas cosas es condición necesaria para que pueda imaginarme a mí misma por separado. Esa dependencia tuvo que ser dejada de lado, o totalmente negada, para que yo pudiera decidir que soy un individuo singular, separado de las demás personas. Y sin embargo toda individuación se ve amenazada por esa dependencia que la persona se imagina como si pudiera ser superada.


La pandemia nos trae eso también. ¿Cómo vivir sin tocar o que nos toquen? ¿Sin la respiración compartida? ¿Eso sería vivible? Si desde el comienzo de la vida solo puedo decir ambiguamente que esa es “mi” vida, entonces la interdependencia social también entra en juego antes que cualquier deliberación sobre la conducta moral


Las siguientes preguntas como ¿qué debería hacer? ¿Cómo vivo esta vida? Presuponen un “yo” y una “vida” que se plantean esas cuestiones por y para sí mismos.


Pero si el “yo” está siempre poblado y la vida es siempre compartida, ¿cómo cambian estas preguntas morales? De todos modos es difícil desechar la idea de una vida individual y finita. Después de todo, lo que hace que una vida sea vivible parece ser una cuestión personal, algo concerniente a esa vida y no a otra. Y sin embargo cuando pregunto qué hace que una vida sea vivible estoy sugiriendo que hay condiciones compartidas que hacen vivibles las vidas humanas. En ese caso, al menos parte de lo que hace posible mi propia vida hace también vivible otra. Y no puedo disociar totalmente la cuestión de mi propio bienestar, del bienestar de otras personas.


¿De quién es mi vida?


Si la pandemia nos enseña una importante lección, de índole ética y social, al parecer es ésta. “¿Qué hace que una vida sea vivible?” es una pregunta que suele plantear un organismo público o un gobierno; es una cuestión que muestra de manera implícita que la vida que vivimos nunca es exclusivamente nuestra, que las condiciones de una vida vivible tienen que estar garantizadas y no solo para mí. Esas condiciones no pueden entenderse, por ejemplo, en términos de vida privada. El «yo» que soy es en cierta forma un «nosotros», aunque una serie de tensiones suele definir la relación entre estos dos sentidos de la propia vida.


Si esta vida es mi vida, pero la vida nunca es por completo mía; si la vida es el nombre que recibe una condición y un recorrido que se comparten, entonces la vida es el lugar donde dejo de lado mi egocentrismo.


De hecho, la frase «mi vida» suele apuntar en dos direcciones a la vez: esta vida, singular, irremplazable; esta vida, compartida y humana, compartida también con vidas animales, con varios sistemas, y redes vitales.


No quisiera decir en modo alguno que la pandemia es buena porque nos enseña cosas que tenemos que aprender. Más bien estoy diciendo que la circulación del virus pone de manifiesto ciertas condiciones de la vida, y que ahora tenemos la oportunidad de entender nuestras relaciones con la Tierra y con las demás personas de maneras más solidarias, de vernos a nosotrxs mismxs menos como identidades aisladas y movidas por el interés, que como seres que estén sujetxs lxs unxs a les otrxs de maneras complejas en un mundo lleno de dificultades. Que en efecto vayamos a aprovechar esa oportunidad, es cosa discutible.


Ni utopías ni distopías


Personalmente, no creo que la pandemia abra las puertas de un futuro utópico.


Tampoco me parece inevitable que el desenlace sea una distopía.


Lo que sí creo, es que los términos del conflicto se agudizan, y que debería surgir un acuerdo colectivo renovado con la igualdad social y económica, debería ocurrir eso a partir de estas nuevas revelaciones sobre la forma en que estamos sujetxs lxs unxs a les otrxs.


Como sabemos, la pandemia tiene lugar en un contexto de cambio climático y destrucción medioambiental. Pero también tiene lugar en el contexto de un capitalismo que sigue considerando desechables las vidas de lxs trabajadores. Algunxs de nosotrxs contamos con seguro de salud y medidas de seguridad en nuestros lugares de trabajo, pero la gran mayoría de la gente no tiene cobertura médica, y los intentos para garantizarla con demasiada frecuencia caen en el vacío. Así que cuando en los Estados Unidos nos preguntamos cuáles son las vidas más amenazadas por la pandemia, resultan ser lxs pobres, la comunidad negra, les migrantes recientes, la población de las cárceles, y les ancianxs.


A medida que abran los comercios y la industria vuelva a ponerse en marcha, no habrá manera de proteger del virus a tanta cantidad de trabajadorxs. Y en el caso de aquellas poblaciones que nunca habían tenido acceso a un seguro de salud, o que ya se encontraban en una situación mucho menos privilegiada a causa del racismo, ciertas afecciones que de otra manera podrían recibir tratamiento se convierten en «enfermedades preexistentes», volviendo a estas personas aún más vulnerables.


Economía vs. Población


Quienes creen que la «salud de la economía» es más importante que la «salud de la población» siguen una receta que afirma que el lucro y la riqueza son, a fin de cuentas, más importantes que la vida humana. Quienes calculan los riesgos, que saben que alguna gente va a tener que morirse, concluyen de manera implícita o explícita que habrá que sacrificar vidas humanas en aras de la economía. Podría decirse que las fábricas y los lugares de trabajo tienen que seguir abiertos por el bien de las clases trabajadoras pobres.


Pero si justamente las vidas de esas personas son las que se van a sacrificar en sus lugares de trabajo, donde la tasa de contagio es la más alta, entonces estamos ante una versión remozada de la antigua formulación de Marx. Abrimos la economía, o nos resistimos a cerrarla, con el pretexto de ayudar a la gente pobre, pero a la vez las vidas de esas personas son las que se consideran desechables; y sus trabajos, reemplazables.


La clave del deseo


En otras palabras, según las condiciones de la pandemia, lxs trabajadorxs van a trabajar para poder vivir, pero el trabajo es precisamente lo que precipita su muerte.


Así, se descubre desechable y reemplazable, puesto que la salud de la economía resulta más importante que la suya. De esta manera, la vieja contradicción inherente al capitalismo asume una nueva forma en condiciones pandémicas o lo que podríamos llamar «capitalismo pandémico».


Y ahora tenemos que preguntarnos si queremos un mundo de esas características. Un mundo que hace una distinción entre qué vidas deben salvarse y cuáles no: preguntarnos si un mundo así es habitable. ¿Qué vidas se consideran valiosas y cuáles no? Estas preguntas, que podrían parecer abstractas y filosóficas son en la práctica las que surgen del corazón de una emergencia social y pandémica.


Para que el mundo sea habitable no solo tiene que hacer posible las condiciones de vida sino también el deseo de vivirla. Porque ¿quién querría vivir en un mundo que desprecia la vida, o la considera desechable? Querer vivir en un mundo habitable significa participar de las luchas contra las condiciones que buscan la muerte de unx mismo. No podemos lograrlo por separado. Solo podremos lograrlo si colaboramos para crear nuevas condiciones para vivir y desear.


Y para que una vida sea vivible tiene que ser una vida hecha cuerpo, que pueda habitar espacios que busquen promover y posibilitar esa vid. No su enfermedad o su muerte. Y entre esos lugares se encuentran la casa, los lugares en los que encontramos abrigo y protección, el trabajo, la tienda, la calle, el campo, la plaza pública.


Vivir y dejar morir


A medida que se nos informa del progreso de las vacunas y los antivirales, el mercado se frota las manos apostando por el futuro de tal o cual industria farmacéutica. Si aparece una vacuna, el tema es quién la va a poder obtener primero y cuánto va a costar. ¿Se la va a distribuir gratuitamente sin fines de lucro? ¿Serán las personas que más las necesitan la primeras en acceder a ella?


La cuestión de la desigualdad se agrega a la de la distribución de la riqueza y veremos si la colaboración mundial logra imponerse al nacionalismo y a los intereses del mercado.


Debamos luchar por un mundo que defienda el derecho a la salud de las personas desconocidas al otro lado del planeta con el mismo fervor con el que defendemos el derecho de nuestro vecino o de nuestrx amante.


Esto puede parecer poco razonable pero tal vez haya llegado el momento de deshacernos del prejuicio local y nacionalista que moldea nuestra idea de lo que es razonable.


Hace poco Tedros Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, declaró: “Nadie puede aceptar un mundo en el que se proteja a algunas personas mientras que a otras no”.


Reclamaba el fin del nacionalismo y de la racionalidad del mercado que calcula qué vidas vale más salvar que otras. Si nos negamos a esa disyuntiva nos comprometemos con formas de colaboración y ayuda mundial que buscan garantizar el acceso igualitario a la salud: a una vida vivible.


No he respondido a la pregunta sobre qué hace vivible una vida, o habitable un mundo. Pero los mundos de la vida en los que vivamos no deben limitarse a promover nuestras propias vidas, sino también garantizar las condiciones vitales para todas las criaturas cuyo deseo de vivir debe satisfacerse por igual. Negarse a aceptar esa opción –quién va a vivir y quién tiene que morir- significa confrontar al mercado y sus cálculos, que son los que nos ponen ante esa disyuntiva.


Por el momento esa interdependencia en la que vivimos puede parecer mortífera, pero al fin es la posibilidad que tenemos de alcanzar la igualdad, de construir y sostener un mundo vivible.


La conferencia puede verse en


VIDEO https://www.youtube.com/watch?v=4qhh0SAcqtc


FUENTE : LA VACA >>>>


https://www.lavaca.org/notas/judith-butler-la-pandemia-el-futuro-y-una-duda-que-es-lo-que-hace-que-la-vida-sea-vivible/?fbclid=IwAR3KxhG1chIN_BHtfTW4WPCkdQVj-yfB05t6e37TlRtip4W9oM0BPk8Uq3A